Siempre me he considerado muy afortunado por las personas que me rodean. Tanto las que venían ‘de fábrica’, léase familia, como aquellas en las que he tenido algo más que ver, y que suelo llamar la familia que elegí. De este segundo grupo hay, además, un cierto componente de egoísta orgullo: qué bien elijo. De Fran Sánchez Chamizo, que ya ha firmado aquí otras dos entradas (convirtiéndose en colaborador estrella), viene este artículo que es, con seguridad, de lo mejor que he publicado aquí en los últimos tiempos. Desde su puesto en el Parlamento Europeo ha sido capaz de hacer frente a la apatía que compartimos para ofrecerme un análisis que estoy muy, muy agradecido por poder, en cierto modo, hacer mío. Como siempre gracias –especialmente a él, que no ha dejado de estar nunca– por seguir ahí.
Colgado de un barranco duerme mi pueblo blanco que, a fuerza de no votar, se olvidó de soñar. Nadie dijo nunca esto, y menos Serrat, pero es el sentimiento que me produce la llegada de esta nueva convocatoria electoral andaluza.
El pasado martes, 9 de octubre, la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, firmó el decreto de disolución del Parlamento. Daba con ello el pistoletazo de salida a la carrera electoral por el Palacio de San Telmo. En la comparecencia pública posterior expuso las tres razones que le habían llevado a tomar esta decisión: la necesidad de estabilidad y certidumbre frente a la imposibilidad de aprobar unos presupuestos para el año próximo, evitar un periodo de casi seis meses soportando un clima de campaña electoral, y que esta convocatoria no coincidiera con ninguna otra cita electoral o, como el equipo de comunicación ha acuñado, que sea “con acento andaluz”. Todo este argumentario, como casi siempre, es una verdad a medias.
Estas, aunque buenas razones, no parecen las verdaderas razones que han propiciado el adelanto electoral. Más bien, son consecuencia del mismo. De no alterarse el calendario, el fin de la legislatura y la convocatoria de elecciones iban a quedar solapados con la lectura de la sentencia de los ERE y eso –me atrevo a decir– no es buena política. Así las cosas, todos los contendientes, con un margen de error mayor o menor, daban por hecho el adelanto de elecciones. Este, y no otro, fue el empujón que ocasionó la reacción en cadena.
Ciudadanos, cómodo socio de gobierno, teatralizó una ruptura algo absurda. Augurando la firma del decreto de disolución, decidieron la finalización del pacto de legislatura argumentando razones ciertamente menores. Debían alejarse del gobierno andaluz y ganar cierta credibilidad para criticar durante la campaña. El “relato del adelanto”, podemos llamarlo. Díaz perdía su opción preferente para aprobar los presupuestos de 2019 y el resto de partidos no parecían socios viables. Sin un presupuesto para 2019 –aunque perfectamente podía haber prorrogado los del año anterior, obra de su propio Gobierno– la tensión preelectoral se palpaba en el ambiente y no se diluiría hasta la cita con las urnas. Eso son seis meses de campaña, no recomendable para ningún gobierno ni territorio. El último motivo esgrimido para el adelanto ha sido el de tener unas elecciones con acento andaluz. Debates lingüísticos aparte, que dejo a los filólogos, la imprevisibilidad del contexto político nacional no aconsejaba hacer coincidir las elecciones con otra convocatoria electoral. Mejor prevenir que curar, pensarían desde Presidencia.
Como politólogo no me falta interés por ver el comienzo de este ciclo electoral. Andalucía será el primer escenario en el que los nuevos actores –o viejos con nuevos papeles– habrán de representar su proyecto para el futuro. Elecciones en Andalucía, quién sabe si catalanas, municipales, autonómicas y europeas en mayo y, en algún punto de toda esta vorágine de fiestas de la democracia, generales. Se decidirán muchísimas cosas en el próximo año y puede que asistamos a la transformación completa del balance de fuerzas en España. Por supuesto, será muy interesante ver cómo afecta la moción de censura. Se ha hablado de los vientos de cola que soplan desde la Moncloa y que beneficiarán a la marca PSOE en todo el territorio. Sacaremos el anemómetro.
Como he comentado, Ciudadanos habrá de manejar ser oposición con el recordatorio previsible del apoyo prestado. Con Teresa Rodríguez al frente, Podemos, Adelante Andalucía en esta convocatoria, –enarbolando en el Parlamento andaluz el discurso más agresivo, con diferencia, de la formación contra el PSOE– habrá de hacer malabarismos para compatibilizar la manifiesta falta de sintonía de su cabeza de lista con Susana Díaz y con ser, quizás, la única fórmula posible de Gobierno. Por último, un PP aparentemente en horas bajas, se intentará desembarazar del molesto legado de Javier Arenas y presentarse como una opción que ilusione a una cantidad suficiente de andaluces. No tengo claro si Pablo Casado suma o resta votos en el sur.
No obstante, no es eso lo que motiva estas líneas. Como ciudadano y votante andaluz, no puedo evitar sentir cierta desilusión ante la proximidad de las urnas.
El juicio de los ERE ha sido el fondo de cualquier fotografía tomada durante esta legislatura. La densidad de la red clientelar creada, supuestamente, desde las instituciones públicas es abrumadora. Atendiendo a la cuantía monetaria, hace palidecer a cualquier otro caso de corrupción español. Una mancha vergonzosa para el PSOE andaluz, las instituciones democráticas y Andalucía. El Partido Socialista no supo o no quiso dar una respuesta a la altura. Lenta y lamentable, su reacción supuso una vulneración de los principios éticos que deben guiar un sistema democrático. Tras no poca resistencia, llegaron las dimisiones obligadas por Ciudadanos –a cada uno lo suyo– para sacar adelante la investidura. El apoyo explícito de la presidenta de la Junta, quien consideró que las responsabilidades políticas han de ir desligadas de las judiciales, a los expresidentes imputados quedó recogido en las hemerotecas. Ni rastro de arrepentimiento real.
Así, tal y como ha manchado la legislatura, me temo que manchará la campaña electoral. Escucharé poca autocrítica socialista y mucha hipocresía opositora. El nivel del debate público no estará por encima de hacer una rueda de prensa frente a la fachada de un prostíbulo en Sevilla. Será el reproche, el ataque personal, la falacia, las acusaciones de mal andalucismo y el desprecio al votante lo que imperará en los mensajes.
Con unos datos de población en riesgo de pobreza ofensivos, un porcentaje de paro que lastra a Andalucía y unos niveles de fracaso escolar que lastran a los andaluces, esta tierra necesita el debate de ideas más que nunca. Después de más de 30 años de autonomía Andalucía sigue a la cola. No encuentra la salida del laberinto e incluso, a veces, parece que no la busca. Necesita un debate real, profundo y sincero. Ideas sobre cómo podemos avanzar y afrontar el futuro. Los modelos utilizados no han funcionado y no reconocerlo es engañarnos a nosotros mismos. Mirar atrás, ver el camino que hemos recorrido y decidir por dónde debemos continuar.
Pero me temo – y perdonen el poco optimismo – que no veré eso y que el salto de calidad que necesita el debate y esta región no se producirá en absoluto. Seguiremos votando sin reflexión, jaleados con grandes aspavientos, grandilocuentes lemas y simplezas de, todo lo más, 280 caracteres.
Francisco Sánchez Chamizo