Deseché la idea, por egoísta, de escribir hoy sobre cómo otro Jaime me hizo entender lo que es el feminismo y, sobre todo, por qué es necesario. También la de escribir para apoyar una reivindicación de la que yo ni quiero ni creo que deba ser protagonista. Y finalmente descarté una entrada que aglutinara larguísimas discusiones mantenidas en estos últimos días sobre la huelga ―por cierto, discusión sólo entre hombres―, precisamente porque las reflexiones de media docena de hombres no me parece lo más valioso que podría aportar hoy. La mejor idea que se me ha ocurrido ha sido escribir sobre las mujeres sin las que yo no escribiría.
Mi madre también tiene blog, pero en honor a la verdad, lo tiene desde bastante después que yo. Lo que tiene este Escaño de mi madre es la constancia, el tesón y la valentía que aprendí de ella, y que sigo aprendiendo cada día que pasa, porque es la mujer más fuerte que he conocido. Constancia, tesón, valentía y fortaleza todas ellas heredadas de su madre, mi abuela Marichu, la más ávida de las lectoras, la que pide más. Yo le enseñé a usar un ordenador sin sospechar que estaba afianzando a mi mejor valedora.
Este blog tampoco existiría sin Aida, mi abuela paterna. Ella fue la primera que, junto con mi prima Jimena, leyó mis primeros artículos, mis divagaciones, mis historias, mis cuentos cortos, que empecé a escribir mientras Amor y María nos cuidaban. También fue la más crítica, desde luego. «En este artículo no eres tú», «esto no suena bien», «esta historia no sé yo…». Siempre me animó, y aunque no quiso entrar en la tecnología, siempre me leyó, y qué duda cabe de que lo sigue haciendo desde algún sitio. Los últimos años, conmigo lejos, me leía gracias a su hija, mi tía Aida, la más diligente divulgadora, siempre lista para imprimir, o reenviar, también a la tía Fini, cuyas collejas dan que pensar.
Nunca habría empezado a escribir si no hubiera empezado a leer, y aunque en eso el mayor culpable fue mi abuelo, no fue el único. Recuerdo las visitas mensuales de la agente del Círculo de Lectores a mi madre cuando yo era pequeño, igual que recuerdo cómo mi tía Lucía nunca iba a ningún sitio sin un libro, o cómo Aida ―madre― no paraba de intentar que me leyera casi cualquier cosa que encontraba en una estantería abarrotada de libros que presidía el salón de su casa y que nunca entendí cómo no se vino abajo. Algunos de esos libros ya están conmigo en mi piso de Madrid, y no tengo intención de separarme de ellos.
Nunca habría seguido escribiendo sin la mejor de las profesoras. Lucía me dio la primera gran herramienta que tuve para escribir, ese Páginas Escolares al que se lo dedicamos todo, y nunca me dejó parar. Y me sigue leyendo ―escrutando―, y me sigue animando, y me honra dejándome revisar de vez en cuando lo que ella escribe. Y con Lucía, a la que debo tantísimas cosas, tengo que recordar a Juliana, mi primera maestra en primaria en el Colegio Público Los Campos de Gijón, de la que hace tantos años que no sé nada, y a Miriam, que fue la directora del colegio y que llevaba con nosotros el periódico escolar. En los recreos de Los Campos, en quinto o sexto de primaria, tuve mis primeros debates políticos con Laura, que no era profe, pero enseña desde entonces, ahora danza. Muchísimos años después, desde la universidad, Ruth, a la que debo una visita, me puso el 4 que me merecía en Civil; pero sigue incansable leyendo y compartiendo cada entrada. Con Consuelo aprendí algunos entresijos de la ciencia política y escribí mi mayor logro hasta la fecha, un señor Trabajo Fin de Grado de ciento y pico páginas. Todas ellas forman parte de lo que sé, que es un poco, y todas me han enseñado a aprender lo que me falta, que es todo.
En el Páginas, el periódico de la Inmaculada, entendí que, al igual que vivir, escribir para los demás era la mejor manera de escribir. Tres o cuatro números al año no me daban, y abrí este blog, con ese mismo espíritu. Pero mientras aquí escribía de mi pasión, en el Páginas se dejaron los cuernos conmigo las Irenes y Brezo, y más tarde también Mónica, Paula, Lucía o Alba. Sin ellas tampoco habría seguido. Y creo que casi todas siguen aquí, Irene a la cabeza, que me lee más de lo que nadie debería.
En la carrera entraron en el club varias de mis compañeras de clase, Patry y Mari las primeras. Alguna vez se pasan por aquí, aunque bastante tienen con aguantarme en persona. Desde Oslo, mis gallegas favoritas Ángela, Clara y Rocío junto con Judit, las Núrias, Joana, Gema y Bea declararon (en vídeo, y todo) haber aprendido algo de política, y eso fue un regalo: descubrir que a alguien le resultaba útil lo que escribo. Al año siguiente, Silvia, Andrea, Judit y Cristina se suscribieron de una sentada, y aquí siguen. Sin el interés de Michelle, Auriane y Naema no habría escrito nunca en inglés. Sin las críticas y las picaduras de la familia, encabezadas de un lado por mi tía Patricia, y del otro por Esther ‘M’, no me habría hecho buenas preguntas para encontrar respuestas. Discusiones con la conciencia social de todos, mi prima Clara, que hubieran dado para tomos completos. Todas han hecho mejor este pequeño rincón de la red. A todas les debo muchísimo.
Sin leer a Lucía Méndez, Marisa Cruz o Anabel Díez, sin escuchar a Pepa Bueno, Julia Otero o Ángels Barceló, sin ver a María Rey, Almudena Ariza o Anna Bosch no habría aprendido a analizar lo que ocurre en esos edificios con columnas. No habría descifrado al señor Presidente, ni habría llegado nunca a explicarme tantas cosas a priori ininteligibles. Sin Carmen Moriyón, o sin Inés Arrimadas, quizás habría dejado de tener algo sobre lo que escribir.
Sin mujeres este blog, hecho exclusivamente por un hombre y en el que aún no he conseguido que escriba ninguna mujer, no existiría. Si hoy todas decidieran dejar de hacer todo lo que hacen a diario, mi mundo se caería irremediablemente como un castillo de naipes. El mío y el de todos.
Por eso, en este día que es suyo, gracias por tanto.
No por seguir ahí, que también; sino por haber estado siempre.
Qué pensar, qué opinar, qué contestar. Daría algo por tener la facilidad de decir aquí, todo lo que acumulo en mi cabeza. Has sacado a pasear a todas las féminas, que a lo largo de tu vida, aún muy corta, han significado tanto para tí. De paso, reivindicas lo mejor de cada una.
Posiblemente nunca hubieras llegado donde estás sin el tesón, la sensibilidad, la inteligencia, la astucia, la humildad, el cariño y sobretodo la bondad de las mujeres que te rodearon. Jaime, sin materia prima nada hubiéramos conseguido. Como dice el Evangelio : No puede haber buena cosecha si en la siembra la semilla cae en un pedregal.
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Has nombrado a todas las mujeres de tu vida menos a mí que soy tu abuela putativa, bueno ya se que últimamente no estamos en contacto y no puedo discutir contigo, pero si lees alguno de mis artículos sabrás por donde voy. Un abrazo Vicky
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