La equidistancia es cobardía

Con la sesión de constitución que se ha celebrado hoy en el Parlament de Cataluña se ha formado el órgano que controla la Cámara: la Mesa. Durante la Legislatura anterior, el papel de la presidenta Carme Forcadell fue esencial en la vertiente institucional del procés. Sin el apoyo de la Mesa a las tramitaciones parlamentarias y, sobre todo, sin el control de los debates por parte de la Presidencia, los actos esenciales ―como la aprobación de las leyes de transitoriedad y del referéndum, o la propia aprobación de la declaración unilateral de independencia― no podrían haber tenido lugar.

Sin la pieza institucional clave, la Mesa, el independentismo habría sido incapaz de llevar adelante sus planes, pues habrían sido actos ejecutivos, no parlamentarios, sin la legitimidad democrática que reclamaron para sí por el fraudulento uso que hicieron, precisamente, de la Cámara.

El Pleno de principios de septiembre de 2017, como lo fue luego el de la declaración unilateral, fue una aberración, un ataque frontal a siglos de historia y práctica del parlamentarismo, basado en el principio básico y esencial de unir bajo el mismo techo de respeto y reconocimiento a quienes piensan diferente. Nunca se hubiera producido si una persona con mínimos escrúpulos demócratas y un levísimo respeto por las opiniones que no son la suya hubiera ocupado el sillón de la Presidencia.

Forcadell, que carece absolutamente de ambos, liquidó el Reglamento ―lo único que garantiza que los Diputados son iguales, pares― y despachó a la oposición, que representaba a más de la mitad de los catalanes, para imponer una versión de Cataluña que sigue sin ser representativa de la mayoría a la que dicen representar. Aunque aquí tenga que discrepar con el Tribunal Supremo, creo firmemente que Forcadell es mucho más responsable que Carles Puigdemont de los delitos que se cometieron en Cataluña en los meses de septiembre y octubre; esencialmente, por haber roto el consenso parlamentario que nadie desde Tejero había puesto en peligro.

Desde que el Parlamento británico instituyó hace diez siglos la figura del speaker, la tradición parlamentaria es que quien preside la Cámara es una persona de consenso, o al menos moderada, y en definitiva, que sea capaz de realizar sus funciones de árbitro entre las fuerzas políticas con la mayor imparcialidad posible. En definitiva, una figura capaz de enfrentarse al poder Ejecutivo para defender la supremacía del Parlamento. Un independiente a la cabeza de un poder independiente. En España dejamos de tomarnos este principio en serio casi a la vez que adoptamos el parlamentarismo. Recientemente, los Gobiernos con mayorías más o menos sólidas han liquidado por completo la autonomía de los Parlamentos empezando por ese órgano clave: la Presidencia y la Mesa. Y así el Parlament de Cataluña, como antes el Congreso, se convirtió en el matasellos de lo que ordenaba su Ejecutivo. No es una cuestión de ideologías, sino de concepción del sistema. De lo que debe ser.

De ahí que la votación de hoy tuviera un carácter esencial para determinar el rumbo que toma ahora el procés. Si ese rumbo es el mismo, con la utilización inmisericorde y descarada de la institución del Parlament, ya sabemos a dónde nos lleva: al día de la marmota, al 155, a otras elecciones hasta que todo reviente como una olla a presión. Parece que esa es la tendencia, con la elección de un independentista radical como Torrent que dice querer seguir los pasos de su predecesora. Ya lo han hecho: conrtra el criterio de los Letrados, han admitido las delegaciones del voto que no estaban en el Reglamento.

El problema es que esto se podía haber evitado. Hoy los grupos de la mayoría independentista no contaban con los votos para hacer, por si mismos, Presidente a Torrent. Porque les faltan ocho diputados, encarcelados o huidos, de los cuales cinco no delegaron su voto (no lo hicieron porque sabían que no les hacía falta, de otro modo no les quepa duda de que lo habrían delegado aunque fuera ilegal), lo que supone que el bloque se queda a dos de la mayoría absoluta. Han podido elegir a su candidato por la negativa de Podemos ―o como quiera llamarse; de nada sirven los nombres diferentes a estas alturas― a pactar siquiera un candidato alternativo. A buscar un independiente como el descrito más arriba, una persona capaz de poner cordura y neutralidad en la labor que se le encomienda. No digo que esa persona tuviera que ser de Ciudadanos, ni mucho menos. Bastaría con haberla buscado ―y encontrado―, igual daba de qué partido viniera. Pero no. La justificación de Podemos para no hacerlo era que no querían «crear una mayoría adulterada», es decir, que no querían que ganara el candidato más votado sólo porque cinco Diputados independentistas no podían votar.

En la IV Legislatura del Congreso, entre 1989 y 1993, el PSOE de Felipe González obtuvo 175 Diputados, exactamente la mitad de la Cámara, pero le faltaba por tanto uno para la mayoría absoluta. Eso no fue un problema: González gobernó con mayoría absoluta lo que le duró la Legislatura. ¿Por qué? Los cuatro Diputados de Herri Batasuna nunca ocuparon sus escaños, por lo que la mayoría de 346 se quedaba en 174. ¿Dijo alguien alguna vez que González gobernara con una mayoría «adulterada»? Lógicamente no, por una razón: Batasuna había prometido no ocupar sus escaños.

Los partidos independentistas que incluyeron a prófugos y encarcelados en sus listas ya sabían que no iban a poder ocupar esos escaños, como demuestra el hecho de que algunos hayan renunciado a las actas precisamente para no mermar aún más la mayoría independentista. Ayer, se enfrentaban a la posibilidad de que una mayoría, legítima, veraz, corrigiera el rumbo de uso indiscriminado de la Mesa para, al menos, garantizar la legalidad en el Parlamento. Era una cuestión vital, que trascendía ideologías porque iba al núcleo de la democracia parlamentaria. Podemos rechazó esa oportunidad, en un posicionamiento también legítimo.

El problema de Podemos es su patológica incapacidad para asumir responsabilidades. Ya lo conocemos, desde que tiene representación parlamentaria. Lo que hace es siempre por causa ajena a su voluntad, obligado por las circunstancias; y lo que no hace es, por supuesto, porque el cosmos se lo impide. Nunca por convicción. Nunca reconociendo que quieren o que no quieren hacer o no hacer algo. Hicieron la pinza con el PP porque Sánchez había negociado antes con Ciudadanos que con ellos ―si no, hubiera habido Gobierno, parecen querer decir―. Presentaron la moción de censura a Rajoy en solitario porque como el PSOE no tenía secretario general pues qué le vamos a hacer, ya quisieran ellos haberla pactado, claro, si es que es mala suerte. En Asturias no votan los Presupuestos porque «no les deja el Presidente», si fuera por ellos cómo no iban a sumarse las fuerzas de la mayoría absolutísima que tiene la izquierda en la Junta… Y, en definitiva, cuando no hay huida posible, se organiza una consulta a la militancia y ¡ah! Manos arriba, aquí el pueblo ha dicho. Es la irresponsabilidad por definición de quienes se presentan para tomar decisiones, pero no las toman. Como Mariano, vamos.

Cuando se es bisagra parlamentaria, como lo es Podemos en este caso mientras los independentistas sean incapaces de asegurar su mayoría, no basta con la equidistancia. Una bisagra no es equidistante, está pegada tanto a la puerta como al dintel y su función es abrir o cerrar, no mirar la puerta desde la mesa. Y aquí va el truco: es legítimo tomar posición por uno u otro lado. Es válido. Es democrático. Si Podemos simpatiza con el independentismo, está bien, no pasa nada, superaremos el susto. Si Podemos cree estar más cerca de ERC y comoquiera que se llame ahora CDC ―repito lo de los nombres; yo soy politólogo, no periodista― que de PSC, Ciudadanos y PP, de verdad, está fenomenal. Pero que lo diga. Ese es su problema, lo ha sido siempre y lo será hasta que desaparezca: no decirlo.

Hace falta valentía para hacer política hoy en Cataluña. Los independentistas, desde luego, tienen algo: aunque liquiden las reglas para jugar con ventaja, lo cierto es que sus líderes están en la cárcel o huidos; y ahí siguen, adelante. Los constitucionalistas la tienen también, sin duda, y no hace falta glosarla. De la valentía de Podemos, que casi se le presupone con aquello de tomar el cielo por asalto, no sabemos nada. Nunca la ha tenido. En los momentos en los que había que demostrarla, las circunstancias, la vida y sus irregularidades o el comportamiento de otros han sido la coartada. Y aquí seguimos. Esperando a que Podemos, además de decir que va a hacerlo todo, haga algo. Aunque sólo sea explicar de verdad por qué lo hace. O por qué no lo hace. De cobardes estamos más que servidos con el que ocupa, gracias entre otros a Podemos, el Palacio de la Moncloa.

Gracias por seguir ahí.

Un comentario en “La equidistancia es cobardía

  1. Gracias Jaime por tu información, puntual y detallada.
    A Podemos cada vez se le entiende peor. De partido político ha mutado en trabalenguas, además, escaquearse esta mañana ha sido una auténtica NO declaración de principios. Cuando toda España estuvo pendiente del televisor (es mucho lo que nos jugamos) pudimos comprobar que ya no engaña a nadie. La coleta se la puede cortar y el discurso de salvapatrias se quedó en papel mojado. La Bescansa debe de estar frotándose las manos. Quieras o no la venganza es un plato que se sirve frio.

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