Lo siento, señor Puigdemont. La democracia no va a hincar la rodilla, le guste o no

Respuesta al artículo de Carles Puigdemont en The Washington Post, titulado Sorry, Spain. Catalonia is voting on independence whether you like it or not. Este artículo está escrito en inglés en su versión original. Gracias a Christian Caryl, director de opinión de The Washington Post, por su felicitación y su interés.

La democracia es el gobierno de los que son más con el debido respeto a los que son menos. Ambas caras de la moneda son indispensables y ninguna puede romper la otra. El gobierno de los más, llamado mayoría, está garantizado por las reglas del juego: el conjunto de acuerdos que la comunidad política, en su momento fundacional, ha acordado. Y el debido respeto a los menos, llamado derechos, está también garantizado en ese conjunto de reglas, porque si la mayoría hiciera siempre lo correcto, y su voluntad fuera siempre soberana, no haría falta tener ninguna otra regla.

Señor Puigdemont, lo que está pasando en Cataluña estas últimas semanas es precisamente la quiebra de esa explicación tan simple que usted entiende incluso mejor que yo, porque usted ha sido elegido, y yo no. En realidad, usted no fue elegido para el cargo que ocupa; fue elegido número tres por Gerona cuando era alcalde de la ciudad. Pero las normas parlamentarias permitieron que su partido le propusiera como jefe del gobierno autonómico, cuando su predecesor fue incapaz de pasar la investidura, y aquí estamos: nadie discute su legitimidad para ocupar su cargo, puesto que lo obtuvo legalmente.

Sin embargo, usted y su Gobierno decidieron que el debido respeto a la minoría iba a dejar de formar parte del juego. Y desde el día uno de su administración, se negó a negociar un referéndum. Porque, mire, otro concepto fácil: no se puede negociar un referéndum si no se está dispuesto a, en alguna circunstancia, renunciar a él. Lo mismo aplica a todo lo demás. Porque si quiere negociar algo con la sola base de que va a conseguir ese algo independientemente del proceso, entonces no está usted negociando. Está imponiendo su voluntad.

Y en ese camino de conceptos equívocos, usted descubrió que la oposición parlamentaria –es decir, la minoría– era un incordio. Es entendible: cualquiera se molesta cuando alguien, día tras día, le recuerda sus errores. Por tanto, usted tomó una decisión obvia: los apagó. Los desconectó. Como si fueran un canal de televisión, usted presionó el botón de la Presidenta del Parlament y ella liquidó a la minoría en dos plenarios en los que no se les permitió hablar, no se les permitió enmendar, no se les permitió activar las reglas de la Cámara, no se les permitió protestar y, en una ocasión, incluso no se les permitió votar. La peor parte: todo ello está en vídeo, emitido en directo al resto del mundo. Usted cogió el Parlamento que representa al pueblo catalán, azotó las voces en su contra y con una mínima mayoría de escaños, quebró la democracia con la única intención de aprobar una ley ilegal, inconstitucional y de imposible aplicación.

Abraham Lincoln escribió en 1864: «Mi juramento de preservar la Constitución hasta el límite de mis capacidades impuso sobre mí el deber de preservar, por todos los medios indispensables, ese gobierno –esa nación– del que la Constitución era ley orgánica. […] Sentí que las medidas, de otra forma inconstitucionales, podrían convertirse en legales al convertirse en indispensables para la preservación de la Constitución, a través de la preservación de la nación. Acertado o equivocado, asumí entonces esta base, y así la mantengo ahora».

El presidente Lincoln declaró el primer estado de emergencia de la historia constitucional, asumió inmensos poderes y obtuvo un triple visto bueno: el Congreso, el Tribunal Supremo y la Historia bendijeron su decisión de preservar la unidad de la nación contra una secesión. No olvidemos que la Confederación se desgajó de la Unión  porque la esclavitud iba a ser abolida por un Congreso elegido por el pueblo. Es decir, una parte del país decidió que la ley aprobada por quien tenía el legítimo poder para aprobarla no era aceptable, y simplemente se marchó en lugar de luchar por la mayoría necesaria para evitarlo.

España, por supuesto, no va a ir a la guerra civil sólo por su uso implacable de una institución que pertenece a todo el pueblo, no sólo a los que votaron por usted (o por su partido). Pero la democracia española tampoco va a hincar la rodilla ante el uso interesado de la palabra libertad que usted y sus colegas utilizan para confundir a los votantes y al mundo.

Un referéndum no siempre es un acto de libertad por sí mismo: Franco celebró dos referéndums, como hicieron muchas dictaduras; y no creo que se atreva a llamar a Franco demócrata. Un referéndum nunca será un acto democrático si los líderes de uno de los bandos mienten constantemente y sin escrúpulos a la gente, contándoles cuentos mientras la brutal realidad es completamente diferente. Un referéndum nunca será un acto de libertad si ustedes sustraen el dinero de los contribuyentes para pagar los anuncios. Un referéndum nunca será legítimo cuando para ganar, tienen que sacar a los niños de las clases de primaria y ponerlos en la calle a protestar y a cantar unos eslóganes que no entienden.

Un referéndum como este no es un referéndum. Es un golpe. Porque usted está tratando de cambiar las reglas del juego por la vía de los hechos, no por las vías que todos votamos. Usted podría haber activado una reforma constitucional, y decidió no hacerlo. En su lugar, usted ha puesto en marcha una legalidad de facto que no sólo es una farsa, sino una vía corrupta para mantenerse en el poder pese a lo que los tribunales van a decir: que usted no es apto para ocupar su puesto, porque abusó de su poder.

Y lo que todo esto demuestra, es que usted es lo mismo que su predecesor: un mal líder, un gobernante incompetente, y lo peor, un cobarde. Porque ha cerrado el Parlamento para evitar a la oposición, oposición que ha anunciado que presentará una moción de censura que usted no se atreve a tramitar. Porque ha llevado a la bancarrota al tesoro catalán, ha pedido diecisiete mil millones de euros a Madrid sólo este año para pagar a sus funcionarios, a sus profesores –los mismos que llevan a niños a manifestaciones– y a sus médicos, pero llama a Madrid régimen autoritario. Y porque usted es incapaz de guiar a su pueblo a la independencia sin utilizar una inmensa cantidad de mentiras.

La democracia no va a hincar la rodilla porque la democracia no puede perder. El Estado de Derecho prevalecerá, porque no puede ser revocado. La igualdad ante la Ley no colapsará, porque no puede ser abolida por el 47,8% de los votos. Le podrá gustar o no, pero si sigue en su camino hacia una farsa de referéndum, y el Gobierno central finalmente le suspende a usted y a la autonomía catalana, no se equivoque: no es nadie más que la democracia llamando a su puerta.

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