Durante estas últimas 48 horas ha tenido lugar en el Parlamento de Cataluña una tragedia. No es una exageración, y sí una calificación polifacética. Una tragedia en el sentido teatral, pues se escenificó una obra cuyo guion fue escrito hace meses. Y una tragedia en sentido sentimental, valga la redundancia, porque a un demócrata le deberían poner los pelos de punta algunos de los momentos que se vivieron en ese hemiciclo histórico.
Les propondré una imagen muy gráfica. Vuelvan a esa tarde de febrero de 1981 en la que un guardia civil subió a la tribuna del Congreso y ordenó el silencio de la voluntad popular a punta de pistola. En aquel momento, un hombre, el general Gutiérrez Mellado, ministro de Defensa y vicepresidente saliente, se levantó y se enfrentó a ellos. Horas más tarde, encerrado en una sala, el Presidente del Gobierno se levantó de la silla y le espetó tres sílabas de hielo a Tejero: «Cuádrese».
Ahora imaginen otro desenlace. Imaginen que en el momento de entrar en el Hemiciclo, Adolfo Suárez no se hubiera levantado. Tampoco se hubiera tirado al suelo. Imaginen que se hubiera quedado «sólo, estatutario y espectral» como lo describió Javier Cercas, en su escaño azul de Presidente, y en lugar de levantarse, hubiera alargado la mano hacia el teléfono que tiene en el escaño –desconozco si en 1981 había teléfonos en los escaños; permítanme la licencia– para llamar a su Fiscal General del Estado y advertirle que, por Dios qué escándalo, unos señores agentes habían entrado en el hemiciclo a tiros, y que por favor procediera penalmente contra ellos por los delitos que usted se puede imaginar. Imaginen que a continuación hubiera llamado al Abogado jefe del Estado para ordenarle que interpusiera el correspondiente recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional por una violación tan flagrante de los derechos de la Cámara, a dónde vamos a llegar. Tejero, mientras tanto, atónito, dejaría hablar al Presidente y ordenaría a sus fuerzas que siguieran desplegándose, ansioso por ver a un señor magistrado entrando en el Congreso con su toga al viento para quitarle su pistola y llevárselo por una oreja.
Salvando las distancias, que las hay, y muchas, eso es lo que pasó ayer y anteayer.
Comparo lo que ocurrió el 23F con el teatro de ayer en el Parlament porque en ambos casos se evitó que una Cámara elegida democráticamente funcionara con las garantías que permiten la existencia de la democracia. La democracia se basa en la decisión de la mayoría pero con el debido respeto a las minorías; no hay democracia sin una de las dos partes de la oración. Ayer en Barcelona una exigua mayoría que no representa a la mayoría absoluta de los votantes arrolló los derechos de las minorías que componen la Oposición y se violaron las normas de procedimiento que aseguran el respeto que se merecen las minorías.
El Govern podrá tener la mayoría, igual que Tejero tenía la única pistola del hemiciclo, pero no por eso tiene derecho a evitar que la Oposición haga lo que las leyes le permiten hacer. Y el hecho de que Forcadell haya creído que su fin justifica los medios, que sus aspiraciones políticas son razón suficiente para sacrificar esa parte indispensable de la democracia, es revelador. Puigdemont dejó otra frase para el mármol: «la democracia no se define ni se justifica por el respeto a los procedimientos». Supongo que los procedimientos que le hicieron President de la noche a la mañana cuentan como democracia, pero los que están previstos para apartarle de su cargo, no. Esa es la definición de una tiranía.
Evidentemente, el único culpable del asalto al Congreso es Tejero, en ambas hipótesis. Del mismo modo, los culpables del atropello de ayer en el Parlament no son otros que el bloque secesionista y su decisión, consciente, meditada, estudiada y calculada de prescindir de la ley para seguir con sus planes.
La tragedia es que todos vimos por la tele como lo hicieron. Que la Oposición estaba frustrada por no poder parar aquella locura. Que en La Moncloa el Presidente firmaba papeles, pero en el Parlament se sucedían votaciones ilegales sin que nadie lo impidiera.
El Presidente del Gobierno lo es y lo seguirá siendo, y su legitimidad es total, y su capacidad también, y con él y con sus decisiones se puede estar de acuerdo o no, pero son decisiones que nos representan a todos, decisiones en nombre de todos. Eso no las convierte en acertadas. Y no es ser cómplice de los secesionistas decir que Rajoy se equivocó. Yo lo digo. Mal que me pese, se equivocó.
Rajoy tenía el deber de impedir que esto pasara, y los Tribunales de anularlo si él fracasaba y terminaba pasando. Ese es el cauce lógico de las cosas. Eso es lo que debería haber pasado. Rajoy tenía herramientas para evitar que este Pleno de dos días no se celebrara. Para evitar que todos viéramos cómo una mayoría aplastaba los derechos de la minoría con aparente impunidad. Eso es lo dramático, eso es lo peor: la sensación de que lo hicieron impunemente.
Puigdemont, Junqueras y Gabriel salieron del hemiciclo sonriendo victoriosos y la Oposición no encontró mejor manera de expresar su impotencia que saliendo del Pleno para no participar en una votación que, por el mero hecho de producirse, ya aparenta legalidad y validez, por el simple motivo de que se hizo en un hemiciclo, por la llana razón de que la hicieron diputados electos. El Presidente del Gobierno podía haber evitado que los ciudadanos viéramos cómo la democracia y el Estado de Derecho eran liquidados entre aplausos en una Cámara parlamentaria y decidió, también conscientemente, no evitarlo.
Firmar recursos y órdenes a la Abogacía es legítimo, es una opción, pero para mi ha sido un error político. Un error de mensaje, de historia. Porque a la historia pasará que el Parlament aprobó una ley que sustituye a la Constitución de todos, no que el Gobierno constitucional utilizó las herramientas constitucionales y legítimas para evitar que eso ocurriera.
Nada de esto debería haber pasado porque el mero hecho de que haya pasado permite pensar que el Estado de Derecho no puede defenderse de acciones como ésta. Permite pensar, yo lo estoy pensando, que tener una mayoría más uno de los escaños de una Cámara sirve para poner entre la espada y la pared mi libertad y mis derechos. Porque si esa mayoría votó ayer que Cataluña es un sujeto soberano, ¿qué le impide votar para abolir el derecho a la libertad de prensa? ¿Qué le impide votar para encarcelar a Inés Arrimadas? Si vota eso, ¿esperaremos también a que venga un Magistrado del Constitucional a sacarla de la cárcel con un Auto que no sirve para abrir cerraduras?
Por eso lo que ha pasado estos días nunca debería haberse producido. Porque yo, que creo firmemente que las normas es lo único que nos protege contra la tiranía, ahora temo que una mayoría insuficiente para tomar ese tipo de decisiones pueda poner en riesgo mis derechos. Si lo hizo ayer el Parlament, ¿quién me dice que no puede el Congreso mañana abolir por 176 contra 174 la libertad de culto? ¿Quién me asegura que mañana la Asamblea de Madrid no aprobará una Ley que me obligue a cavar los túneles de la M-30?
Por eso lo que ocurrió ayer nunca debería haber pasado. Porque todos somos libres gracias a una ley que lo dice. Si cualquiera con una mayoría puede cargársela, entonces ya no me protege. Y quien se siente desprotegido, por definición, siente miedo. Los catalanes, aunque sean dos o tres los que estén tan preocupados como yo, tenían derecho a esa protección. No se merecían despertarse hoy, y el resto de los días que quedan por venir, temiendo que mañana otra locura les pase, esta vez, una factura demasiado alta.
Gracias por seguir ahí.
Gracias a Irene por cazar las erratas. Los textos escritos a las tantas de la madrugada es lo que tienen.
Mariano Rajoy tiene como estrategia dejar que las cosas se resuelvan por si
mismas. Manejar los tiempos. Algunos ven en esto una virtud. En este tema no calculó que los radicales no usan para sus fines, ni la prudencia, ni la legalidad, y mucho menos el sentido común (Mariano dixit). Actúan por las bravas, como el sunami que asola las Costas de América estos días.
Jaime, como siempre certero y con el sentido Político ajustado a Derecho y sobre todo cabal. Enhorabuena.
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