2016 ha sido el año que salió al revés. No es nada fácil caminar por un sendero que a cada recodo intenta hacerte retroceder un trecho, y durante los últimos doce meses hemos retrocedido muchos trechos, quizá demasiados. Empezamos el año bajo la sombra de los ataques de París y la amenaza de atentados durante las fiestas de toda Europa, y esa sombra no ha desaparecido: Bruselas, Niza, Berlín… Ya son tantos ataques que comienzan a mezclarse en la memoria: ¿alguien recuerda que en Orlando, EEUU, 49 personas fueron tiroteadas por un hombre que se declaró leal a Daesh? Sin embargo, los 658 muertos que ha dejado el terrorismo en 46 ataques en Europa y las Américas desde enero de 2015 hasta julio de 2016 parecen no ser muchos, al menos comparados con las 28.031 vidas que se cobraron los 2.063 ataques que se perpetraron en el resto del mundo en ese mismo período (The Washington Post).

En términos de vidas humanas, la guerra en Siria se ha recrudecido casi tanto como ha avanzado la pasividad de Occidente, que ha contemplado impertérrito el sitio y la destrucción de una ciudad que hace diez años tenía más de dos millones de habitantes y que ahora está en ruinas. Alepo permanece como el símbolo de la destrucción siria y mientras tanto, la única pregunta que se ha hecho Europa es cuán alto debe ser el muro que evite que pasen a este lado quienes huyen del terror, que son, en un 47,5%, niños (datos Naciones Unidas) que aún no han aprendido a hacer bombas. Aylan, por si a alguien se le ha olvidado, murió en una playa turca en 2015, pero no escasean fotos de este año que demuestran que la crueldad humana tiene pocos límites.

Y Occidente ignora Siria como si no fuera su problema, porque cree que tiene otros más perentorios. La entrada de la palabra retroceso en el diccionario podría ir desde junio acompañada por el gráfico de los resultados del referéndum en Reino Unido. Una sola noche consiguió paralizar, quizá para siempre, un proceso de integración europea que había sobrevivido a una guerra fría, la caída de una superpotencia, dos guerras a las puertas del continente y la mayor crisis económica desde la Gran Depresión. La respuesta de Europa (más integración, aunque uno se caiga) quedó, como casi todas las respuestas de Europa, en agua de borrajas; en papel mojado a la vista de que Merkel podría dejar su cargo en unos meses, Hollande era un cadáver andante, Rajoy no se sabía lo que era y Renzi… Bueno, ahí está Renzi. Europa es sus líderes metidos en una habitación tomando decisiones, y dado que ninguno de los primeros ministros o Presidentes parece tener la certeza de ir a seguir dentro de esa habitación, Europa no tomará decisiones en mucho tiempo.

Inestabilidad política que se ha convertido casi en un tópico cansino tras trescientos quince días y dos elecciones para formar Gobierno, un cambio de todo para que todo siguiera igual, cuando 2016 era el año de las promesas. El fin del bipartidismo, la nueva política, el pacto y el acuerdo, la transversalidad, el amor… que le pregunten a Errejón por el amor; o mejor, a Pedro Sánchez. No todos los años se ve implosionar a un partido nacional y en este casi vemos dos. Los experimientos con gaseosa, dijo el señor Presidente; y ahí sigue, dando las mismas órdenes a la cabeza de la mesa del Consejo de Ministros sin que el Congreso pueda hacer nada para evitarlo. Trump en la Casa Blanca, otra definición de retroceso de la que aún no conocemos todo su alcance; Roussef destituida por la corrupción galopante en Brasil, en plenos Juegos Olímpicos; Santos galardonado con el Nobel por una paz que los colombianos tumbaron en referéndum; Italia condenada a la ingobernabilidad perpetua por los propios italianos; el Frente Nacional con un sitio en la segunda vuelta de las Presidenciales, un revival de 2002 sin ninguna gracia… ¿Inestabilidad política?

Sin embargo, la locura de 2016 puede provocar que nos perdamos entre las malas noticias. Y aunque el luto por Bowie o Alan Rickman y la pléyade de artistas universales que nos han dejado este año nos la empañe, la esperanza sigue ahí.

En 2016, la comunidad internacional logró en París el acuerdo más importante en materia de cambio climático y cuidado del medio ambiente del últmo siglo, y lo logró con todas las superpotencias envueltas. Las emisiones se reducirán (aunque haya Ayuntamientos que parece que pretenden hacer sólos todo el trabajo, al precio que sea…). Se limitarán las prospecciones en zonas como los polos. Ha sido uno de los tratados internacionales relevantes que más rápido ha entrado en vigor. Y Portugal lo hizo: todo el país vivió cuatro días sólo con energías renovables.

En este año que termina se ha producido la primera reunión del papa de la Iglesia católica con el Patriarca Ortodoxo Ruso en casi mil años, en un paso más de Francisco para recuperar las relaciones de la Iglesia con un mensaje de concordia global. Roma ha cambiado también su política en muchos otros aspectos: ha endurecido las penas canónicas contra los abusos sexuales y ha fortalecido su política de apertura, si no teológica, al menos burocrática. Después de repetir su mensaje de 2013 en un vuelo, cuando dijo nada menos, que él, cabeza de la Iglesia, no es nadie para juzgar a dos personas que se aman, sean del sexo que sean. La misma opinión que compartieron Tribunales Supremos y Legisladores de al menos seis países más.

Durante el año 2016, científicos de la Universidad de Southampton desarrollaron un sistema que puede almacenar toda la historia de la Humanidad en una pequeña moneda de cristal para el resto de la eternidad (o al menos para varios billones de años y a más de mil grados de temperatura, si la cosa se pone fea).  En Islandia, se ha logrado meter el CO2 que provoca el cambio climático en piedra y enterrarlo. Se ha demostrado una teoría de Einsein vital para estudiar el universo. España, un clásico ya, batió su propio récord de donantes de órganos, un 12% más que el año pasado. También su récord de creación de empleo, aunque no sea empleo tan bueno como debería.

Naciones Unidas ha batido sus propios récords en asistencia a refugiados, especialmente en los relacionados con la guerra de Siria, en la que hoy el nuevo hombre fuerte, Vladimir Putin, ha anunciado un nuevo alto el fuego. El conflicto va por su segundo año consecutivo en el que la cifra de muertes desciende en lugar de crecer. En febrero se celebro una cumbre en Londres, auspiciada por Noruega, en la que decenas de países comprometieron miles de millones en ayuda a refugiados. En Japón, el país occidental con mayores tasas de desigualdad de género, una mujer ha sido elegida gobernadora de Tokio, el segundo cargo político del país. En Austria, la extrema derecha encontró su rompeolas y un verde ganó las elecciones presidenciales. España ha sentado en el banquillo durante 2016 a los principales culpables de los mayores casos de corrupción.

Como escribió Aaron Sorkin en palabras del Presidente Bartlet, en este invierno de temor y ansiedad en el que nuestro destino ya no está en nuestras propias manos, la fortaleza de una sociedad se demuestra haciendo frente a las adversidades. Y esa fortaleza se mide por nuestra reacción cuando esos momentos llegan. Si dudamos de nuestra capacidad de enfrentarnos a un desafío, miremos a las estrellas para recordar que esa capacidad no tiene límites. Haremos lo más difícil, y haremos lo más grande.

Gracias por seguir ahí y lo mejor para 2017.

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