Hoy recupero una sección un poco olvidada: la de las firmas invitadas. Francisco Sánchez Chamizo (@FrChamizo) , además de un gran amigo, es estudiante de Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad de Granada. También ha estado un año de Erasmus en la Universidad de Oslo, pero uno de sus mayores logros es haber discutido conmigo muchas veces. Ésta no es su primera aportación a este rincón y, seguramente, tampoco será la última.
Hace ahora justo un mes Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, realizó una visita al antiguo campo de exterminio nazi de Auschwitz. La crónica general fue el silencio que acompañó al Sumo Pontífice durante la hora y media que duró la visita al complejo.
Esos días yo me encontraba visitando a la familia y vi esta noticia en el telediario de la noche junto a mi abuela. Cuando terminaba el bloque informativo mi abuela se giró hacía mí y me preguntó: ¿dónde ha estado el Papa?
Mi abuela es una señora mayor de un pequeño pueblo de la provincia de Málaga. Al cuidado de una familia desde que era una niña, no tuvo la oportunidad de ir al colegio y tener una formación académica mínima. Ella, al igual que toda una generación que vivió la posguerra, conoció aquello que se les permitía conocer, quitando importancia a todo aquello que no afectara a la comida del día siguiente.
De esta forma me pidió que le explicara qué era el campo de concentración de Auschwitz, qué sucedió allí, quiénes eran los nazis y Hitler (del que tenía una vaga idea en la forma de un gobernante parecido a Franco), cuánta gente murió y por qué representa un recordatorio mundial de la inigualable capacidad humana para la barbarie.
Aquella conversación me dejó bastante sorprendido. ¿Cómo algo tan terrible e inhumano como el Holocausto y la Solución Final pueden desaparecer, ser obviado o incluso tolerado según la información y versión de la Historia que termine trascendiendo? Hasta qué punto la Historia no son hechos objetivos acaecidos en un lugar y tiempo concretos, sino las palabras que explican cómo fue y en que consistió. Hasta qué punto la Historia no es lo que sucedió sino lo que se sabe de ella. Esto abre la puerta a la reinterpretación, justificación e incluso glorificación de hechos que en su origen pudieron ser completamente distintos. Y lo que es peor, a la posibilidad de repetir los mismos errores que se dieron en el pasado. Porque en la mente de mi abuela, aquello simplemente no sucedió jamás. Si una nación entera como la alemana (o casi*) creyó que era normal la segregación étnica y posterior eliminación de los individuos, ¿qué hace pensar que no se daría la misma situación en el futuro ante el desconocimiento de lo que sucedió en el pasado?
Afortunadamente, la labor de divulgación y estudio que se hizo de esta parte de la triste historia contemporánea de Europa y la profunda autocrítica del pueblo alemán ha hecho que la ignorancia de la barbarie nazi sea mínima y su olvido improbable.
Reflexionando sobre todo esto me vino a la cabeza otro artículo publicado por el diario El País, también hace unos meses, sobre un estudio llevado a cabo en la Universidad del País Vasco. Los coordinadores de este trabajo encontraron una brecha generacional entre los actuales universitarios y los de unos años atrás respecto a su conocimiento sobre el pasado violento en Euskadi por el terrorismo de ETA. Los alumnos desconocían aspectos básicos de la historia de la organización criminal o del conflicto vasco.
Tal y como expresa el profesor Iker Usón:
“Aunque los universitarios de hoy rechazan la violencia, eso tiene que probarse en la práctica para evitar que se repita y eso sólo se asume de verdad después de conocer las lecciones del pasado”.
Es sorprendente como algo tan cercano como la violencia en Euskadi pueda quedar difuminado ante el desconocimiento, ignorancia o simple desinterés por parte de los ciudadanos. Se plantea la posibilidad de que aparezcan otras interpretaciones al hecho de que hubo asesinatos por motivos políticos en democracia o a que la organización terrorista cayó por la presión de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y la determinación política (con absoluta falta de reconocimiento por parte de la opinión pública, aunque esa es otra cuestión).
El conocimiento del pasado nos hace comprender mejor el presente y encarar el futuro con la certeza que dan los errores cometidos. No descuidemos lo que fuimos e hicimos porque nunca se sabe cuándo puede aparecer un nuevo Ministerio de la Verdad camuflado.
Con todo esto no pretendo hacer un juicio moral o determinar quién merece una reprimenda intelectual. No son más que ideas al aire, lanzadas con el optimismo en que alguien las recoja y comparta un momento de reflexión sobre la importancia de la memoria y la Historia. Que la Historia sean los hechos y no los cuentos contados antes de dormir.
Gracias por su tiempo.
*A este respecto Hannah Arendt, en su libro “Eichmann en Jerusalén” (1963) a través del concepto de la “banalidad del mal”, describe perfectamente como una sociedad entera de personas comunes puede ser cómplice de las mayores atrocidades.
Por eso suele decirse que la Historia se reescribe continuamente. Y ha de hacerse, y ha de contarse y a mi modo de entender, creo que ha de interpretarse desde todos los ángulos posibles. ¿te das cuenta? Lo importante no es lo que pasa, sino lo que la gente cree que pasa…
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