Ya puede el Ministro Montoro ir firmando la Orden Ministerial correspondiente para que la remuneración de los miembros de las meses electorales suba sustancialmente por el hecho de tener que dedicar doce o catorce horas del día de Navidad a organizar unas elecciones. Más que nada porque de lo contrario va a haber que gastar un pastizal en policía y guardia civil para sacar a la gente de sus casas y poder abrir las mesas electorales, y en funcionarios que tramiten las multas.

Si la Oposición en Funciones no lo soluciona aprobando a duras penas un cambio de la Ley, el 25 de diciembre habrá elecciones, y ya hay peticiones para que los partidos doten a sus interventores y apoderados de gorros de papá Noel para, al menos, alegrar el ambiente que presumiblemente cargadito nade desea en un colegio electoral. Porque cuando la gente vota cabreada, vota fatal.

Dos Legislaturas vamos a quemar en el año 2016, comparable a los años de los Tres Papas –años excepcionales en los que por el trono de Pedro pasaba un papa efímero; ha habido trece en dos mil años– si no fuera porque nosotros hemos cambiado la peana para conservar el santo, que diría Rajoy. Dos Legislaturas en las que se podrán haber hecho tantas cosas que apabulla el calibre del fracaso político que esto constituye. La nueva política, representada en teoría por Ciudadanos y Podemos, se ha demostrado incapaz tanto de superar a la vieja como para proponer soluciones de gobernabilidad. La incompatibilidad absoluta de ambos y la interincompatibilidad de cada uno de ellos con otros (Podemos con el PP, Ciudadanos con los nacionalistas) ha convertido el Congreso en ingobernable.

No obstante, de 350 Diputados sólo sobran dos. La única conclusión de estos meses es que no va a haber Gobierno en España sin que PP y PSOE participen de él, y eso no va a pasar mientras sus dos líderes se mantengan en sus puestos. Las terceras elecciones dilucidarán, pues, quién de los dos pierde el pulso.

Pedro Sánchez fue más claro hoy que nunca antes, en un aviso para dentro y fuera de la sede de Ferraz: mientras él sea el secretario general del PSOE no habrá otra cosa que un no a Mariano Rajoy. Es muy legítimo, así se presentó a las elecciones. La diferencia es que otros, como Ciudadanos, supieron leer la pérdida de escaños y la subida del PP como un signo de que estaban equivocados.

Rajoy es experto en sentarse a ver pasar el cadáver de su enemigo y los españoles son ciertamente proclives a ayudarle en esa tarea. Ha demostrado también que le importa muy poco el número de intentos y el tiempo que le lleve destruir a Pedro Sánchez, puesto que él, Rajoy, no ha sido ni es ni será nunca responsable de nada.

El debate de investidura ha sido aún más estéril que el protagonizado por Sánchez en febrero porque esta vez el candidato ha ido a la Cámara a cumplir un trámite, sin la menor expectativa de obtener la confianza de ninguno de los grupos, sin ofrecer absolutamente nada y lo que es peor, diciendo que pedía la confianza y que esperaba gobernar sabiendo con la mayor certeza que eso no iba a pasar. Es decir, por definición, un fraude. Un teatro. Un circo.

Rajoy proclamó sin querer, o queriendo porque con él nunca se sabe, que mejor terceras elecciones a que gobierne alguien que no sea él. Y ya que fue Rajoy el que, ante un escenario más que previsible de terceras elecciones, decidió que de ser estas fueran el día de Navidad, será que alguna ventaja se huele.

Así que a eso vamos. Tras las intervenciones hoy del PNV y del propio Rajoy, descarto ya incluso que algo pase en las elecciones vascas. Los puentes están no quemados, sino carbonizados. Ahora nos damos cuenta de hasta qué punto Rajoy se ha pasado cuatro años quemando la tierra ahí por donde pasaba y su desprecio a la oposición ahora pasa le factura, y con él, a todos los españoles.

En junio, antes de las segundas, dije que las terceras eran posibles, aunque no probables. En julio dije que o abstención del PSOE, o terceras. Y ya a principios de agosto lo vi claro:

Celebrar las terceras elecciones es no sólo un fracaso de los cuatro partidos implicados en la gobernabilidad de España. Es un brutal descrédito de todo el sistema: los ciudadanos, con razón, dejarán de confiar en un sistema que recibe órdenes y no las cumple. En cualquier caso, no habrá cuartas. Antes de eso uno de los dos, Sánchez o Rajoy, caerá y la situación se desbloqueará. La pregunta es si para hacer caer a dos líderes ya maltrechos hay que poner al borde del precipicio el sistema político de todo un país. La responsabilidad cívica de todos los ciudadanos es lo único que lo va a salvar hasta que alguien, que más vale que esté en camino y no tarde mucho, esté dispuesto a asumir la de gobernar.

Gracias por seguir ahí.

Aquí analizo en vídeo el discurso de ayer de Rajoy. Y aquí el debate de hoy.

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