El 15 de marzo de 2008 los españoles leímos un gran titular a cinco columnas en la primera página del diario El Mundo, sobre la imagen de un sonriente Presidente del Gobierno captado en el aire, como bendecido por la reelección que acababa de conquistar. El titular rezaba «España encarga a Zapatero la tarea de sacarla de su crisis», y fue la imagen de esa portada la que vino a mi mente, nítida como si la hubiera leído el día anterior, este domingo por la noche cuando otro Presidente del Gobierno salió a otro balcón. Esta vez, con la seguridad y el alivio inconfundibles en quien se sabe perdonado por algo muy grave.
La siguiente noche electoral, la del 20 de noviembre de 2011, Mariano Rajoy decidió que la situación del país era tan dramática que cambiaría el guion. Y así, ataviado con traje negro y corbata blanca y negra –su corbata de la suerte, desde ese día en el que se convirtió en el hombre con más poder de la historia democrática de España–, Rajoy compareció en el interior de Génova para leer en tono grave, lejos de aplausos y vítores, un discurso institucional en el que prometía asumir tan terrible responsabilidad y cumplir con el mandato de los españoles. Sólo después salió al balcón para ser jaleado por sus votantes.
Tres días he tardado en digerir la última de nuestras noches electorales con sus inverosímiles resultados. Esta vez, El Mundo del día siguiente tituló con bastante acierto que «Los españoles dan otra oportunidad a Rajoy».
En realidad no cabe otra interpretación. Si tenemos en cuenta todo lo que había en contra de Rajoy, que no voy a repetir porque ya dediqué a todo eso mi última entrada y muchas otras –bueno, ahora hay que añadir la guerra sucia–, el ganador indiscutible del domingo ha obtenido un indulto en toda regla y, además, el encargo incumplido por los ganadores de las últimas tres elecciones de sacar a este país de su crisis. Debemos preguntarnos no cómo, sino por qué los españoles han decidido darle otra oportunidad a Rajoy. Y para esa pregunta yo no tengo respuesta.
Los resultados del domingo me provocaron una de las mayores decepciones que me he llevado desde que he hecho de la política mi vida. Cierto es que no sé qué esperaba; tampoco sé qué hubiera preferido en lugar de esto. Lo único que tengo claro es que no puedo entender por qué este país le ha regalado a Rajoy la impagable oportunidad de reivindicarse como el líder que jamás ha sido. De pasear con su soberbia una victoria que no merece, que nunca ha merecido, pues las tres (¡tres!) elecciones que ha ganado las ha ganado exclusivamente por la decadencia que le rodea. A nadie, o a casi nadie, le gusta Rajoy. Es no sólo el Presidente, sino el político peor valorado de la historia de España. Y el domingo amplió en 14 escaños su ventaja sobre el resto.
No voy a caer en la trampa de criticar, o mucho menos de considerar errónea, la decisión democrática de quienes el domingo acudieron a las urnas. El inglés más universal nos enseñó que la democracia es el peor sistema político a excepción de todos los demás –la tragedia británica de esta semana nos da el último y más claro ejemplo, y desde Estados Unidos hay otro en camino– pero es el que tenemos y el único que nos sirve hasta que alguien invente uno mejor. Pero me reservo mi derecho a discrepar, democráticamente, con lo elegido por los españoles. Por supuesto, puedo estar equivocado, pero el derecho a equivocarse también forma parte del sistema. Tanto como el poco valorado privilegio de, finalmente, tener razón.
Si Rajoy gana elecciones, los que no las ganamos tenemos la fácil tarea de preguntarnos por qué, y la complicadísima responsabilidad de solucionarlo. Si tenemos malos líderes, buscando unos mejores. Si tenemos malos programas, haciendo propuestas mejores. Y si los ciudadanos, aun así, no confían en nosotros, ganándonos su confianza. Probablemente no vendiendo catálogos de IKEA sino ofreciéndoles un futuro mejor que el presente. No es fácil, pero nadie dijo nunca que lo fuera.
Creo que cuando uno se estrella contra una realidad que no le gusta y que no puede cambiar tiene dos opciones: pararse a pensar cómo cambiarla y después ponerse a ello, o darse cabezazos repetidamente hasta tumbarla. La segunda opción tiene un pequeñísimo margen de éxito –dependiendo de la dureza de mollera del que golpea– frente a la primera. Creo que muchos como yo estamos en la misma encrucijada, y no excluyo a nadie por el sentido de su voto. Sé que hay al menos una generación, porque hablo con decenas de sus miembros cada día, que no está conforme con lo que tenemos. Que no se conforma con que Rajoy gane elecciones, ya sea porque quiere a Pablo Iglesias en La Moncloa o porque, como yo, no entiende que se premie a quien ha hecho tantas cosas mal. Básicamente porque a nosotros no se nos premian los errores, muy al contrario.
Mientras esa generación exista, y mientras ese inconformismo no se rinda ante el muro de decisiones –no neguemos la evidencia; de nuevo el Brexit da un ejemplo– tomadas por otras generaciones quizás, quizás insisto, sin tener en cuenta el futuro que otros vamos a gestionar, hay esperanza. Mientras unos cuantos sigamos creyendo que en algún sitio, muy bien escondidas, están las soluciones a los enormes y gravísimos problemas que tiene este país, hay esperanza. Mientras alguien, a pesar de todo, crea en la política como la forma de encontrar esas soluciones, hay esperanza.
He tenido que repetírmelo muchas veces durante dos días. Hoy, por fin, vuelvo a tenerlo claro. A pesar de todo.
Gracias por seguir ahí.
El problema es que por malo que sea Rajoy no hay una alternativa. La gente mayor o simplemente en sus 30 casi 40 no se van a arriesgar a votar a un partido tan desconocido como Podemos, es demasiado nuevo. Lleno de posibilidades si pero no sabes como van a continuar, es un futuro incierto. Así mismo quien voto toda la vida al PP no va a votar al PSOE, en ese punto veo mas posibilidades de ver a Cristiano Ronaldo jugando en el Barcelona.
Y Rivera, es mas de lo mismo, o al menos asi lo percibe la mayor parte de la poblacion, exactamente igual como paso con upyd antes.
Y asi no se puede, asi no se puede.
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