El otro día, en una cumbre de jefes de Estado y de Gobierno en la que Mariano Rajoy nos recordó a todos que, con su mente privilegiada de registrador, es incapaz de articular una palabra en inglés tras ocho presuntos años de clases particulares, un triunfante David Cameron, casi a carcajada limpia ante las explicaciones electorales del español, le espetó: «¡Lo has intentado todo!».
Por supuesto, Rajoy se rio. Qué vas a hacer cuando el hombre que le ha sacado a la Unión Europea la mayor cota de concesiones de la Historia te recuerda que resultas patético agarrado a tu cargo, intentándolo todo no para gobernar un país por el bien de su gente sino por pura supervivencia personal.
Es la propia supervivencia política de Rajoy la que no se entiende sino a través de la explicación de que el Partido Popular es un partido en estado terminal, producto de un cáncer que empezó siendo serio pero cuya metástasis lo ha convertido en un monstruo. Si hace diez años –¡diez años!– empezábamos a conocer ciertas corruptelas del partido de la gaviota en el Este, en Valencia y Baleares, al mismo tiempo que el Presidente proclamaba, «coño», su amor por sus mandos, hoy la situación no es sostenible. Antes valía el argumento de los ERE (¿valió alguna vez?), pero ahora nada es comparable a la corrupción en el PP. A los investigadores se les acaba el repertorio para bautizar las operaciones; a los Fiscales se les acaban los despachos para almacenar tomos; a los jueces, directamente, se les acaba la vida para instruir los casos.
Tiene la desfachatez Pablo Casado de recriminar a la Justicia que tarde años en instruir estas causas. ¡Ahora será culpa de la Justicia que el PP sea el techo de descomunales tramas de corrupción con miles de piezas separadas! Todo sería más rápido si en Génova no borraran discos duros a martillazos, ¿no les parece?
Intentarlo todo es la filosofía de un hombre que sabe sentarse en un despacho con el ministro Montoro para cuadrar las cuentas pero que no sabe gobernar un país ni liderar un partido. Nadie en el PP entiende cómo un partido de liderazgos como los de Fraga y Aznar ha podido convertirse en una sopa de altos cargos atolondrados, acuciados por sus problemas de gobierno aquellos que aún son Gobierno y aterrorizados por cualquier acto electoral con micrófonos el resto. De la mitad de barones territoriales hace una semana que no se sabe nada. El único que da ruedas de prensa ahora es Francisco Camps para contarnos que Rita Barberá es la persona más inocente del mundo porque su coche tiene «doscientos años» como si ir en un Peugeot excusara a un alcalde de su deber de control de la legalidad.
A muchos de los peces gordos del PP no se les acusa de robar. Se les acusa de prevaricar, es decir, de dictar resoluciones en el ejercicio de sus cargos injustas, ilegales o de no dictarlas. Rita Barberá no habrá ingresado, pero permitió que cincuenta personas a su alrededor lo hicieran. Lo mismo Esperanza Aguirre.
Me temo que nunca sabremos si todo era cierto, «salvo alguna cosa», y si Mariano Rajoy recibió pagos en negro, ilegales, inmorales, cuando era ministro del Gobierno de Aznar. Pero lo que sí sabemos es que durante diez años, excepto en aquellos casos en los que el flagrante delito era indefendible, jamás ha movido un solo dedo para pedir cuentas y exigir responsabilidades. Las únicas dimisiones exigidas por Rajoy fueron las de aquellos que le incomodaban en su implantación del modelo norcoreano de liderazgo, sin disidencia y con culto al supremo pontífice: la primera de Esperanza Aguirre, la de María San Gil, la de González Pons, la de Arantza Quiroga, la de Pilar Fernández Pardo, y así hasta completar la lista de personas que llevaron la contraria al Presidente Eterno y no vivieron para contarlo. Pero el cese no está en el vocabulario de Rajoy. En su mente, una persona nombrada por Él tiene el Derecho natural, humano, divino por cuanto proviene de Él, de permanecer en ese cargo hasta que la misma sagrada voluntad que le designó le destine a otras labores. Y tanto es así que ha tenido que decir, hace un par de semanas, que «aquí ya no se pasa ni una», lo que gramaticalmente significa que llevan pasándose muchas mucho tiempo.
Rajoy nunca debió ser el candidato del PP que asumiera el Gobierno de 2011 llamado a sacarnos de la crisis y nunca debió ser el candidato del PP a una Legislatura para pactar. Nadie quiere pactar con un hombre cuyos delirios de grandeza, cuya concepción de sí mismo como el Mesías enviado –¿por sí mismo, quizás?– para salvar a España de las «tribulaciones», los «líos» y las «alharacas» le impide entender por qué el resto de los Grupos Parlamentarios, miserables peones en una contienda terminada en derrota sin igual, no le ofrecen sus votos de investidura para que él, en su suprema magnanimidad, elija quiénes son dignos de acompañarle en la segunda ascensión al Olimpo monclovita. Una ascensión que, en su cabeza, seguro, será con compañía porque él así lo ha dispuesto, acaso aburrido por la absoluta soledad de la mayoría absoluta.
El PP no ha perdido las elecciones pero ha perdido su capacidad de gobernar. Ése es el precio de su error, continuado durante doce años, de permitir a una deidad que no pertenece a este mundo liderar un partido con problemas de ésta vida. Ahora que el PSOE de Sánchez ha firmado un papel que dice que quiere gobernar en el centro y no en el disparate, el PP no puede sino asumir su responsabilidad, abstenerse en la segunda votación y permitir un Gobierno cuyo programa es perfectísimamente asumible por un partido que estatutariamente se define como «de centro reformista». Y, sobre todo, evitar un Gobierno en el que Podemos tenga algo que decir. Si no lo hace Rajoy, que lo hagan sus Diputados, que aún tienen una vida por delante.
Organicen el funeral masivo, llamen a quince días de luto, obliguen a sus militantes a llorar desconsoladamente y erijan descomunales estatuas de bronce al Dios que les dio la mayor cota de poder de la historia de la democracia y que la perdió toda, si quieren. Pero, dirigentes del PP, hagan a los españoles la cantidad de favores que nos deben desde hace cuatro años. Háganse de Nietzsche por un día, y entiérrenle ya.
Gracias por seguir ahí.
No sé que decirte, a mí Rajoy no me gusta nada, a nosotros los asturianos nos hizo papilla, no entiendo como nunca sale a explicar contundentemente lo que pasa, lo que piensa hacer por nosotros y tampoco entiendo como en su partido no le echan de una vez por todas, viendo que todo el mundo pide su cabeza y que con él no van a ninguna parte. Pero tu crítica me parece un poco excesiva, habiendo personas de la calaña de Pablo Iglesias, Mas, los responsables de cultura de Podemos, los de ERC, los de Bildu. Mi cabeza que está bien para mi edad, arde. Espero que podamos hablar un ratín cuando pases por aquí.
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Por supuesto que hay políticos peores que Rajoy. La cuestión es que él es el Presidente del Gobierno, es decir, debería ser el mejor (?). Y pocos en la historia son responsables de tantos errores como él. El precio de gobernar… Un abrazo enorme. Espero ese café.
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