Cuarenta y cinco (y III)

Con la llegada del Año Nuevo se acaban los doce meses más convulsos de la política española desde el final de la Transición, con la subida al poder del PSOE en 1982. Nunca desde entonces habíamos presenciado los españoles semejante escenario de convulsión, confrontación de ideas políticas y pugna electoral. Y con el reloj de la Puerta del Sol anunciando la medianoche que marca el inicio de 2016, ante nosotros se abre un período tan apasionante como incierto.

Si hace cuatro años engullíamos las uvas con un nuevo Gobierno tomando apresurada posesión de sus cargos para hacer frente a una situación desesperada, en un clima de temor y ansiedad ante la amenaza insalvable de una economía destrozada, anoche los españoles hicieron frente a las campanadas sin Gobierno, con muchos problemas aún por solucionar y con nuevas amenazas en el camino. Con Europa sumida en una alerta terrorista que solo en Berlin, desde donde escribo estas líneas, se ha cobrado 50 millones de euros y el despliegue de dos mil efectivos; y con una gravísima facturación social, política y territorial, España se enfrenta a uno de los mayores retos de su historia reciente.

La formación de Gobierno con un Congreso inédito se antoja el mayor y más inmediato de los problemas. La solución de repetir las elecciones en primavera, propuesta por barones socialistas más interesados en el poder partidario que en el interés general de España, sería un fracaso nacional y demostraría una incapacidad política de primer orden. Repetir las elecciones sería equivalente a proclamar que el pueblo español es aún un menor de edad irresponsable y alocado que necesita la tutela del Estado para tomar sus propias decisiones.

Los españoles eligieron el 20 de diciembre un Congreso llamado a gobernar de una forma distinta de como se ha venido haciendo hasta ahora. Y la voluntad soberana de un pueblo expresada en las urnas es inviolable. No podemos permitirnos el fracaso catalán, un esperpento inaceptable en el que 3.000 asambleístas antisistema debaten por su cuenta la investidura del supremo representante del Estado en la Comunidad y, para colmo, se burlan del personal trampeando las cuentas (la probabilidad de un empate a 1515 en una votación con cuatro sentidos del voto puede ser calculada por lectores más duchos que yo en la materia). España debe formar un Gobierno, en coalición de mayoría o en minoría, pero debe formarlo y debe al manos mantenerlo unos meses. De lo contrario vamos a demostrar una triste incapacidad política.

Evidentemente las opciones han ido mermando desde el 21 de diciembre. Si Pedro Sánchez pretende ocupar el Palacio de la Moncloa tendrá que poner coto a las inasumibles exigencias de de Podemos (y no nos centremos sólo en el ilegal referéndum que proponen) pero también pactar con Albert Rivera. La prometida y responsable abstención de Ciudadanos en la segunda votación de un hipotético Gobierno de Mariano Rajoy  no basta para que éste, en la soledad que se ha ganado durante cuatro años de ejercicio de un poder absoluto, supere a la izquierda que, como es natural, le exige la retirada.

De los resultados electorales no se desprende, como han hecho ver en el PP sin mucho convencimiento, que los españoles confíen en Rajoy. Así como en 2011 el Presidente en Funciones recibió un inequívoco respaldo, esta vez han sido más, bastantes más, los españoles que le han rechazado en las urnas. PSOE, Podemos y Ciudadanos cosecharon juntos un 56,6%  de los votos y una mayoría absoluta de los escaños prometiendo, los tres, que Rajoy sería un Presidente de un solo mandato si de ellos dependiera. Su continuidad, pues, está supeditada a contradecir una voluntad común mayoritaria. Evidentemente no parece haber posibilidad de un concierto a tres, y en tanto Sánchez y Rivera tampoco suman los votos necesarios para combatir un no de PP y Podemos, será necesario investir a quien logre el respaldo mayoritario de los tres partidos del centro.

Ésta es precisamente, qué gran paradoja, la solución aportada por Rajoy en su balance del año, tras el discurso del Rey en el que Felipe VI se guardó de hacer gala del poder que, efectivamente, tiene en la formación de Gobierno; el único poder político que retiene la Corona, pues proponer al candidato a la investidura es una prerrogativa regia que no obedece a más límites que el refrendo del Presidente del Congreso, que salvo catástrofe política nada puede objetar a la decisión del monarca.

Obtener la mayoría que suman PP, PSOE y Ciudadanos es, como dije en la ultima entrada, la única solución aceptable y duradera. Es toda una paradoja que sea la que ha puesto encima de la mesa Mariano Rajoy, porque debe suponer indefectiblemente su caída. Si resulta tener las dotes de hombre de Estado de las que tanto ha presumido, y que ha tenido bien ocultas estos cuatro años mientras mensajeaba a delincuentes y toleraba autogolpes de Estado en Cataluña, el hombre de las cuarenta y cinco pulsaciones por segundo debería, impasible el ademán y constante el pulso, dar el paso atrás que debió dar el día que admitió que, «salvo alguna cosa», todo era cierto.

Feliz año nuevo y gracias por seguir ahí.

Terminado el año 2015, y previo preceptivo informe de WordPress, no puedo sino dar las gracias a los casi 4.000 visitantes que han triplicado este año el tráfico del blog hasta cerca de las 7.000 visitas. Por primera vez he publicado en inglés y eso se nota: este año nada menos que 53 países de cuatro continentes han registrado visitas al blog. Algunos sois lectores fieles y otros venís por casualidad a parar en este pequeño rincón de la web. A todos gracias por seguir volando conmigo, a todos lo mejor para 2016, y que sean muchos años más.

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