Sólo un día de suerte

«Hoy no hemos tenido suerte, pero recuerde: nosotros sólo necesitamos tener suerte una vez. Usted necesita tenerla siempre». Estas amables palabras recibió Margaret Thatcher en 1984, el día en que el IRA falló al volar por los aires el hotel en el que se alojaba la primera ministra del Reino Unido. Nos las recordaba ayer Guy Verhofstadt, líder del grupo liberal del Parlamento Europeo, en una columna en el Huffignton Post en la que con acierto urgía a la movilización de las instituciones europeas para dar respuesta a los atentados del 13N que nos conmocionaron hace menos de una semana –qué eterna se ha hecho–.

Lo único que resulta fácil decir sobre DAESH, Siria, Irak y el resto de asuntos adyacentes es que es dificilísimo hablar de ello con rigor. La inmensidad de factores que inciden en el conflicto hace imposible casi para nadie tener una visión clara del asunto. Yo no la tengo –lo demostré en el último post–, aunque sí algunas ideas más o menos asentadas. Y la primera es que yo no le desearía a nadie estar en la piel de Françoise Hollande en estas horas cruciales de su Presidencia; Presidencia que ya no se recordará sino por la masacre cometida en París. Eso siempre es una losa, una desilusión para todo estadista.

No obstante, tanto como la tragedia quedará marcado el mandato de Hollande por su reacción a un ataque sin precedentes. Y aquí viene una primera reflexión: gracias al cielo por tener a Hollande. La sola imagen de Nicolas Sarkozy subido a un helicóptero de combate con un chaleco antibalas y un machete entre los dientes es de por sí fácil de imaginar. De haber estado un cow boy como George W. Bush a los mandos de les enfants de la Patrie las cosas serían muy distintas hoy jueves de cómo son. Cabe recordar que el Presidente de Estados Unidos durante el ataque más grave de la historia en su territorio –más muertos que en Pearl Harbor– invadió dos Estados, pero se pasó cinco horas pululando por el país en un avión, de base en base. Françoise Hollande fue el viernes por la noche a la sala Bataclan para presenciar los resultados de una masacre cometida durante su Presidencia. No sé cómo nadie puede tener el coraje de llamarle «débil». Si fuera débil probablemente hubiera invocado el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte y ahora estaríamos contando los portaaviones en el Mediterráneo porque todos estaríamos en guerra.

«Francia está en guerra» es, evidentemente, la segunda reflexión. ¿Qué si no? No sé cuáles son las respuestas a lo ocurrido el viernes; pero tengo algunas ideas de lo que no es una respuesta. Imaginemos que un día ocurre un ataque terrorista en un país, pongamos con 200 muertos. Sangriento. Duro. Terrible. Un mes y diez días después de la tragedia, el país se retira de una guerra que probablemente sea la causa del atentado en el que no mueren soldados, sino inocentes. El país jamás afronta un debate sobre terrorismo; no se producen cambios legales de relevancia. Ni la Constitución ni ninguna de las instituciones del Estado se ve reforzada. La Comisión de Investigación Parlamentaria resulta una burla. Cuatro años después los Tribunales de Justicia dictan una sentencia que no deja satisfecho a nadie, ni siquiera a sus ponentes. Diez años después las dos asociaciones de víctimas no pueden celebrar actos conmemorativos conjuntos. Presidentas de ambas asociaciones concurren a las elecciones por distintos partidos políticos.

Esa respuesta la dimos nosotros, por supuesto, y no es una respuesta. Sólo un país políticamente débil, carente de cultura política democrática, adolece de semejante falta de iniciativa ante un ataque terrorista de la magnitud del que sufrimos el 11 de marzo de 2004.

Francia está en guerra, dice su Presidente, porque unos individuos «elegidos por Dios» se desplegaron en «la capital de las abominaciones y la perversión» para masacrar a «idólatras», según las declaraciones de DAESH tras los ataques. No es posible hablar de conflicto cuando a un lado de la mesa está una democracia y a otro un califato medieval que apedrea a las mujeres que visten vaqueros y a los gays. No es posible hablar de enfrentamiento cuando a un lado está un Estado de Derecho y al otro un grupo de fanáticos que fusilan niños en el nombre de Dios. No es posible hablar de algo que no sea guerra cuando en un lado están la libertad, la igualdad y la fraternidad, y en el otro están las ejecuciones, la destrucción del patrimonio de la humanidad y los crímenes más atroces contra la población civil. Porque la humanidad ha avanzado mil quinientos años desde el siglo quinto, y todos los integrantes de ella tienen derecho a participar de esos progresos con independencia de lo desgraciado del lugar en el que les haya tocado nacer o vivir.

La cuestión no es qué terminología damos a esto, sino qué solución existe que no sea la guerra, entendido ésta en un sentido tradicional del término. Parece evidente que constituir una delegación diplomática o un mandato de la ONU para establecer acuerdos de paz no es posible, salvo que deseemos recibir las cabezas de los embajadores por separado. No es posible tampoco un boqueo, ya que DAESH no es un Estado, y por lo tanto no se le pueden rodear sus fronteras. No cabe sanción o bloqueo alguno a sus ciudadanos, ya que no los tiene. Ricard Vilanova, periodista catalán secuestrado durante siete meses por los yihadistas, explicaba en septiembre en una entrevista a 5W que DAESH «quiere una expansión a nivel internacional, y de hecho es lo que está haciendo, con esos atentados de forma puntual que recuerdan y muestran que ellos tienen ese poder y ambición». ¿Qué se puede hacer ante esto?

Imagen de la Zona Cero tras el 11SVilanova ha estado en Irak y Siria durante años cubriendo el conflicto para The New York Times, The Wall Street Journal, The New Yorker o CNN arriesgando varias veces su vida para cumplir su cometido. Como él mismo explica, «para Occidente la única forma de conseguirlo [derrotarles] es entrar en Mosul (Irak), porque Raqqa (Siria) al fin y al cabo no deja de ser una ciudad secundaria. La capital es Mosul, y habría que hacerlo con tropas terrestres».

Es necesario que entendamos que no se trata de «caer en su dinámica de yihad» o no hacerlo. Ellos no van a parar en su guerra santa, ya la han proclamado debido a su visión mezquina y estrecha del Islam, y no hay ninguna razón que les invite a declarar su cese. Nosotros tenemos que elegir simplemente si les esperamos o intentamos ganar esa guerra.

Pero no sólo es por nosotros. 129 personas muertas en París un fin de semana no es estadísticamente nada más y nada menos que un shock emocional. En el año 2013, el 65,8% de los muertos por terrorismo se produjeron sólo en Irak (35.4), Afganistán (17.3) y Pakistán (13.1). Durante los últimos 14 años, 107.000 personas han muerto por atentados terroristas en el mundo. A esos ya no les podemos salvar, pero tenemos el deber moral de intentarlo con los 107.000 que puedan ser los siguientes. La comunidad internacional no sólo tiene que responder a un ataque contra nuestros valores básicos; debe actuar para proteger (R2P) a todos los civiles a los que sus Estados no pueden dar cobijo. No es una cuestión de ‘ojo por ojo’. Es simplemente que hay que pararlos.

Hay que impedirles que sigan matando gente, y a la vez, que recluten a otros para que lo hagan. Cuenta Vilanova que «es cierto que hubo una gran captación local porque nadie les ayudó» a los rebeldes sirios, «a diferencia de Libia en 2011. Allí sí que hubo esa intervención de la comunidad internacional». Es cierto que la Comunidad Internacional –i. e. la OTAN– abusó del mandato que tenía en 2011, pero corrijamos nuestros errores en lugar de no actuar para no cometerlos.

Intervenir con tropas sobre el terreno de Siria e Irak que ha ocupado DAESH es la única solución realista que tenemos si queremos acabar con esta lacra y queremos hacerlo ya, y más o menos todos los iniciados en el terreno lo saben. Sin echar pie a tierra, las tropas de Al-Baghdadi van a seguir derribando aviones y tiroteando terrazas o mercados, en París o en Beirut, tantas veces como puedan.

No podemos limitarnos a romperlo todo, claro. Aprendamos de los errores. La misión que acabe con DAESH no durará dos años, ni cinco, ni quince. Durará treinta, costará centenares de miles de millones y no puede ser la rápida invasión de una zona asolada y la cobarde retirada sin terminar el trabajo, tiene que ser la reconstrucción de varios países que han sucumbido en unas guerra en la que les hemos dejado solo y en la que por nuestra propia soberbia ya hemos perdido muchas víctimas. Tiene que ser la construcción de sociedades en las que deje de caber la radicalidad extremista asesina. Tiene que preservar la madurez de nuevas generaciones que no repitan los bucles históricos de sus predecesores al ser educados en paz y tolerancia, el mínimo indispensable para hacer del mundo un lugar mejor.

Hemos perdido mucho en el camino. Padres, hijos, hermanos, amigos cuya muerte no puede ser en vano. Tanto los que murieron en París como los que mueren en Kabul y en Beirut murieron por querer ejercitar su libertad, y en nombre de esa libertad tiene Occidente que emprender una lucha que no ha elegido pero que no puede pasar por alto. De lo contrario, con que ellos tengan sólo unos pocos días de suerte, aún nos quedará demasiado sufrimiento por delante.

Gracias por seguir ahí.

2 comentarios en “Sólo un día de suerte

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