Cuando hace dos semanas me llegaban al móvil dos teletipos de El País –supongo que ahora se llaman notificaciones de la aplicación, pero uno es un romántico– prácticamente seguidos, yo estaba a punto de salir de casa a una reunión en la Universidad. El primero anunciaba que los partidos independentistas habían registrado en el Parlamento de Cataluña una propuesta de resolución que rompía el ordenamiento jurídico; el segundo, minutos después, anunciaba que el Presidente del Gobierno convocaba de urgencia a los medios de comunicación en La Moncloa.
«Ya está», pensé yo –y no fui el único–. «Va a anunciar la aplicación del artículo 155. Y yo me lo voy a perder» porque, como estudiante Erasmus que soy, vivo del WiFi, con lo que entre mi casa y la Universidad me someto a un apagón informativo. Además la reunión era entre tres personas, por lo que andar mirando el móvil no procedía. En este sufrimiento me encontraba yo, ansioso, preguntándome qué estaría diciendo el Presidente. ¿Intervendría Cataluña ese 27 de octubre? Parecía lo único que respondería a esa súbita comparecencia urgente, la primera de ese tipo en cuatro años de Legislatura; de lo contrario sería una sobreactuación ante un texto que no ha sido siquiera votado. Y en el caso de que interviniera la Autonomía… Al cuerno todo el mapa electoral para el 20D. Menudo follón, en pocas palabras.
El caso es que el señor Presidente, en efecto, sobreactuó –digamos que sólo un poco, y para lo que es él– y sólo comparecía para ponerse de frente ante una iniciativa ilegal. Defiendo que sobreactuó porque, no lo olvidemos, por ejemplo tras la farsa del 9 de noviembre de 2014 tardó tres días en comparecer. No es precisamente de gatillo rápido el señor Presidente en lo que respecta a convocar a los medios.
Lo que parece claro, visto el actuar de los independentistas esta semana, es que a Rajoy no le va a quedar otra que intervenir Cataluña antes del 20 de diciembre. Ya que ha dejado de importarles el Reglamento de la Cámara, poco falta para que no les importe nada más. Le van a obligar a hacerlo como movimiento táctico, es bastante previsible ahora que todo parece provisional en Madrid con las Cortes Generales disueltas y el Gobierno a punto de entrar en Funciones. De hecho ese va a ser un problema grave: como a Mas se le ocurra jugar con un Gobierno en Funciones estaremos en apuros, porque si es discutible que la Diputación Permanente pueda aplicar el 155, que lo haga un Presidente en Funciones me parece poco serio –aunque podamos discrepar–.
El gran problema político es que ya pueden irse ustedes olvidando de todo lo que ha pasado esta Legislatura. Si en el mes y quince días que nos separan de las urnas se desencadena la crisis, adiós a todos los precedentes. Adiós a los escándalos, a las noticias, a las estadísticas, a las encuestas, a los logros y a las pifias: todos votaremos pensando en Cataluña. El terremoto en el panorama electoral será tan devastador que podrá sanar el mayor desastre político –SMS, ERE, Aquagest, Púnica, Gürtel, Bárcenas, 3 per cent, ITV, hay para Rato– y ahogar el más grande de los éxitos. Lo digo en serio: olvídense de todo, que va a dar igual.
Lo tiene claro hasta Rajoy, que ya habla sin pudor sobre su mensajería con un delincuente desde el Palacio de la Moncloa –«oiga, yo me equivoco, como todo el mundo»– y ha perdido el miedo escénico a toquetear las encuestas. Lo del CIS de esta mañana da para un libro o dos; ni Rappel con la bola estropeada le daría un 30% al PP. En Génova descorcharían botellas de campaña esta misma tarde si semejante porcentaje –y especialmente el irrisorio 14% de Ciudadanos– tuviera algo de cierto. En lugar de eso se reúnen los cariacontecidos cardenales en cónclave para que el Sumo PPontífice apruebe las coaliciones electorales del PP en Aragón, Navarra y… Ay, y Asturias.
Así que la pregunta clave es quién gana con la intervención de Cataluña. Yo no tengo ni idea; pero sí tengo una respuesta para otra pregunta: el que pierde es el PSOE. Intervenir Cataluña puede poner al PP en una cómoda posición si lo hace bien y sin estridencias, y además permitirá a Ciudadanos instalarse en el discurso centrista y moderado una vez más: nosotros no somos UPyD que hablaba de golpe de Estado y de conspiración para la sedición (madre mía, por cierto), ni el PP y su apisonadora, apostamos por el diálogo, Tercera Vía, etcétera. Por descontado, a Mas le faltará poco para dar una rueda de prensa colgado de una cruz y con una corona de espinos arañándole la frente –no lo descarten, TV3 hace maravillas gráficas– mientras Junqueras, con el tono de voz lastimero que pone cuando se le va de las manos, solloza a sus pies en el papel de Virgen María. Homs puede ser San Juan, si nos ponemos en plan Greco.
El único que pierde es Pedro Sánchez, que ni sabe ni contesta en este asunto. Es el único que se quedó sin rueda de prensa en modo hombre de Estado en la sala de conferencias menores de La Moncloa; todavía no sabemos si está por intervenir, por suspender o por lassez faire; y para colmo se estrella en los medios dejando el camino expedito a Iglesias, Rivera y el repentinamente telegénico señor Presidente (tres comparecencias en dos semanas y cuatro entrevistas en un mes, está fuera de sí).
Conclusión: mejor dedíquense a jugar a la Lotería de Navidad si quieren apostar para las elecciones generales, porque la cosa va a estar en un puñado de votos. Yo me la juego a mi manera, porque esta misma mañana he rogado el voto –como si estuviera en el siglo XVIII y mi voto fuera una gracia de la Administración– y no sé si me van a llegar a tiempo las papeletas a Oslo. En caso de que no fuera así, el 16 de diciembre, ya en territorio nacional, además de amenazar con actos terroristas a la Junta Electoral ofreceré lo que sea por un voto en Madrid. Seguro que algún recalcitrante abstencionista me lo puede ceder. Porque lo que tengo muy claro es que en estas generales el que no vota no sólo no se queja: es que no sabe lo que nos jugamos.
Sí, date por aludido, y gracias por seguir ahí.
Cada vez me apetece más pasar de todo esto. Somos un país de tomadura de pelo
Me gustaMe gusta