En Dinamarca se abrieron las urnas la semana pasada para elegir un nuevo Folketinget. En el único país del mundo en el que el Primer Ministro, el Parlamento, el Tribunal Supremo y la Corona conviven en un solo edificio, el Palacio de Christiansborg –alias Borgen–, ha ganado las elecciones un partido que puede cumplir su programa electoral. Esa es la diferencia principal entre Dinamarca –o Noruega, o el Reino Unido, o Francia, o Alemania– y Grecia: en Grecia ganó las elecciones un partido que, simplemente, jamás podría cumplir su programa.
Anticipo que no se trata de buscar culpables. El pueblo griego lleva años sufriendo las consecuencias del descontrol que han amparado sus gobernantes, electos periódicamente desde la caída de la Junta Militar en 1974. El caos administrativo y presupuestario, la casi total ausencia de una estructura estatal capaz de llevar a cabo las funciones más básicas –Grecia carecía de catastro en 2012, cuando se produjo su tercer colapso–, y la poco sana costumbre de falsear sus Presupuestos y estadísticas macroeconómicas, como denunciaron en su momento el FMI o la OCDE, han llevado al país a la catástrofe.
El índice de corrupción es desproporcionado, pero no, o no sólo, por parte de los políticos o los burócratas. En 2010, el Gobierno decidió inspeccionar el pago de la tasa por construcción de piscinas privadas porque le resultaba sospechoso que en los extensos barrios del norte de Atenas sólo hubiera registradas 324. Encontraron 17.000. Y la agencia tributaria utilizó un método tan sofisticado y fiable como las fotos por satélite de Google Maps. Además de buscar piscinas, en un arrebato de originalidad el primer ministro Papandreu ordenó a sus inspectores pasearse por los clubes de lujo de la capital y coger las matrículas de los coches más exclusivo. Al cruzar datos, descubrieron que hasta 6.000 propietarios de vehículos cuyo valor superaba los 100.000 euros –no hablamos precisamente de BMW o Audi– habían declarado que ganaban al año menos de 10.000. La cifra definitiva: el Tesoro griego tiene 76.000 millones de euros pendientes de cobrar en impuestos. Y cree que sólo va a cobrar, en el mejor de los casos, 8.000.
No se trata de buscar culpables. Probablemente la Unión Europea nunca debió permitir la entrada de Grecia en el euro a la vista de sus carencias y problemas estructurales. ¿Ganaba mucho Bruselas con la desaparición del dracma? Probablemente no; probablemente ganaban más los bancos y los gobernantes griegos.
No obstante, ahí está el problema griego, que no es otro que la situación insostenible de un Estado que rige la vida de once millones de personas. Y también el de muchos miles de millones de euros que la solidaridad internacional –no nos confundamos– ha puesto a disposición del Gobierno de Atenas a un bajo tipo de interés. ¿Tienen los socios europeos acaso la obligación de prestar dinero casi a fondo perdido sólo porque Grecia lo ha hecho todo mal durante 30 años? A España no le sobraban 26.000 millones.
Si yo tuviera una solución al problema, seguramente el Eurogrupo me habría llamado para que se la explicara; el problema de los griegos es que el Gobierno que eligieron en enero tampoco la tiene. El recurso de Tsipras al referéndum no es un método de presión a los acreedores, como quiere hacer creer, porque los acreedores se conforman con la legitimidad del Ejecutivo constitucional con el que negocian, y su respaldo ciudadano es un problema interno que en nada les afecta. El greferendum es una coartada para justificar el fracaso de su acción de gobierno, que ha sido tremendamente egoísta.
Cumplir el programa electoral es una responsabilidad política, podríamos decir partidista, derivada del mandato de las urnas y de una campaña electoral. Pero evitar el desastre es una responsabilidad de Estado, mucho más elevada y que debe prevalecer. Al Presidente Zapatero se le reprochó con razón su incapacidad de gestión y su cerrazón al no reconocer la grave situación de España hasta mayo de 2010, cuando llegó el final de la escapada y tuvo que aprobar el mayor recorte presupuestario de la democracia sabiendo que su partido jamás ganaría las siguientes elecciones. Pero nadie –o sólo unos pocos inconscientes– le acusó de incumplir su programa electoral. A Rajoy no le ha pasado lo mismo porque, al igual que Tsipras, se presentó a las elecciones con programa que ya sabía que no podía cumplir. No obstante, Rajoy vapuleó a la clase media, incumplió sus promesas y superó una prima de riesgo de 700 puntos con un rescate light. Pero no dejó que el país cayera.
Ahora mismo, con el BCE reunido para estudiar las inyecciones de liquidez que los bancos necesitan para seguir dando a los griegos lo que es suyo, y con las negociaciones suspendidas, Grecia está en una suspensión de pagos virtual que se convertirá en real el martes por la noche si no hay solución. Un país que suspende pagos no paga a sus funcionarios: policías, bomberos, profesores, médicos. No paga la luz, el agua o el gas que se consume en Ministerios, hospitales y Universidades. Y no paga pensiones, subsidios, becas o subvenciones.
El Gobierno griego no puede rehuir su responsabilidad y tiene la obligación de dejar de presentar órdagos a las únicas instituciones que pueden paliar una situación imposible. La caída de Atenas no sólo será un drama para sus ciudadanos –que lo será, y es la primera prioridad para minimizar daños–, también dañará profundamente la estabilidad de la zona euro que tanto ha costado recuperar. La moneda única se resentirá frente al resto de divisas; caerá frente al dólar, la libra o las coronas nórdicas. Subirán los tipos de interés de los países europeos, con España, Italia e Irlanda a la cabeza, lo que implicará más gasto estatal en pago de intereses.
No se trata de buscar culpables, sino de que un Gobierno, cuya coalición cuenta con mayoría absoluta en el Parlamento, asuma su responsabilidad y el coste político de gobernar un país al borde del colapso. Es el precio que hay que pagar por ganar unas elecciones a las que no era obligatorio presentarse. Porque gobernar es el arte de hacer realidad, en cada época de la Historia, aquella parte de los ideales que las circunstancias hacen posible. Lo escribió Cánovas del Castillo hace un siglo y medio, pero Aristóteles, Platón o Pericles pensaban lo mismo.
Gracias por seguir ahí.

Brillante artículo Jaime.
En mi opinión la Troika ha hecho unas propuestas que sabía sobradamente que Grecia no podía admitir. ¿Porqué las han hecho en esos términos entonces? En mi modesto entender, los poderes financieros han estado buscando sin descanso humillar a un partido (Syriza) que se ha atrevido a levantar la cabeza y a hacerle frente. Necesitaban dar un ejemplo, y darlo pensando también en otros posibles gallos que alzaran la cresta (¿España?). ¿Porqué ese empeño en el tema de las pensiones, una de las propuestas electorales centrales de Tsipras? ¿No les bastaba con buscar reducir el gasto público?
Hay que ser realistas. Si quien se presenta a unas elecciones y llega a las altas magistraturas tendrá que hacer frente a los desafíos que tiene delante y cumplir con los compromisos heredados, la Troika también tiene que saber que Grecia NUNCA podrá pagar esa deuda; ha estado recibiendo préstamos, que generan intereses, para pagar los intereses de la anterior deuda, creando un bucle interminable. O se sale de eso, o tendremos un estado fallido a nuestro lado.
Y después de Syriza? Que no hagan tanta fuerza para acabar con Syriza. Lo que viene después no es ni la Nueva Democracia ni el PASOK; ahí está Amanecer Dorado esperando y afilando las garras.
Un saludo Jaime.
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