También lo dijo, pero tres cuartos de siglo antes que Butch Cassidy, el inefable doctor Watson a Sherlock Holmes, cuando éste le relató su fingida lucha contra el profesor Moriarty en las cataratas de Reichenbach. El detective de todos los tiempos se había precipitado por ellas junto a su antítesis en el fragor de la lucha final porque Sir Arthur Conan Doyle se había cansado de la fama mundial de su personaje. Pocos años después, el escritor cedió a la presión popular –y familiar: su madre publicó una carta en el Times en la que amenazaba con desheredarle si no resucitaba al inquilino del 221B de Baker Street– y comenzó de nuevo los relatos con «El Regreso de Sherlock Holmes», en la que los dos mayores amigos de la literatura moderna se reencontraban y la fatídica caída resultaba ser sólo una treta. Sir Arthur murió sin volver a matar a Sherlock, para fortuna de muchos.
Algo parecido ha hecho alguna vez Esperanza Aguirre, que no hace tantos años liberaba el caos a su antojo en los ascensores de Génova 13. En 2012 fingió su final para no terminar de irse nunca. Hoy El Mundo titula su caída tras perder las opciones en la Alcaldía de Madrid a manos de un producto que, fundamentalmente, ella misma ha levantado de la nada: Manuela Carmena.
Aguirre podría habernos ahorrado a todos un sufrimiento innecesario en este mes de campaña electoral. Su pérdida de papeles constante ha hecho que resulte hasta violento presenciar la descomposición de una figura política de su talla. Esperanza lo ha sido todo para el PP, y ha sido –más importante aún– el Moriarty de Rajoy. Verla proclamar en los platós de televisión, sin el menor atisbo de vergüenza o pudor, «yo destapé la Gürtel» o «de 500 nombramientos sólo dos me han salido rana» era un espectáculo dantesco. Para haber destapado la Gürtel, pocas veces ha acudido Aguirre a declarar a la Audiencia Nacional, en comparación con las que se ha negado a comparecer ante la prensa o un Parlamento. Para tan elevado índice de aciertos en la selección de colaboradores, muy poco bien han hecho a la Comunidad de Madrid: Púnica, 250 millones en comisiones. De los 498 presuntamente buenos, o no eran tan buenos, o eran todos ciegos, o eran imbéciles. Por supuesto, serían imbéciles, que no es delito.
La prueba de que Aguirre se tiró sin mirar si había agua –«yo he vuelto a la política para evitar que gane Podemos», menos mal que ahora le preocupa que todos pacten «para que no gane ella»– es que su colega de ticket electoral, Cristina Cifuentes, le ha sacado 5.000 papeletas a Aguirre en la capital. ¿De dónde vienen los votos de Ahora Madrid, que no se corresponden con los de Podemos? En el municipio, Carmena obtuvo 519.210 votos, mientras que la lista de Podemos a la Asamblea sólo cosechó 286.973 de los 587.949 que, en toda la Comunidad, le han dado 27 escaños autonómicos. 232.000 personas votaron a Carmena para Alcaldesa y no lo hicieron por Podemos. Y tampoco dejaron vacío el sobre sepia, porque la participación y los votos en blanco son prácticamente idénticas en municipio y Comunidad.
La única conclusión posible es que muchos votantes madrileños de todos los partidos sacrificaron su voto –PP con PP, pero especialmente PSOE con PSOE, y algo menos C’s con C’s– para castigar a Aguirre por sus desmanes. La diferencia entre Gabilondo (PSOE a la Comunidad) y Carmona (al Ayuntamiento) es muchísimo más pronunciada: Gabilondo obtiene en Madrid capital 416.078 votos, casi 200.000 más que el candidato socialista a Alcalde. Es evidente que los votantes autonómicos del PSOE han transferido su voto municipal a Manuela Carmena, y no tienen más razones para hacerlo que Esperanza Aguirre.
Con candidatos que generan movilización en el voto contrario y reacciones electorales como ésta, es iluso pretender ganar. El planteamiento de campaña de Aguirre –que se presentó sin programa electoral y sólo «para que no gane Podemos»– fue errado desde el principio. Buscar la confrontación personal con alguien como Carmena era darle a su adversaria la audiencia que necesita alguien que en marzo es conocido sólo por el 10% de los ciudadanos. Una excelente campaña de comunicación, innovadora y muy centrada en el voto clave, han hecho el resto.
Han acabado los tiempos de la soberbia y la prepotencia en política. La altanera Aguirre, cuya despreciable actitud en los debates electorales contra todos los candidatos, ha salido carbonizada y además le ha costado a la ciudad de Madrid el alto precio que hay que pagar por un cambio tan radical en el modelo de gestión, independientemente de los resultados posteriores.
¿Puede Carmena gobernar Madrid? Parece que va a hacerlo, y con el PSOE puede conformar una mayoría estable que permitirá la aprobación de presupuestos y otras actuaciones trascendentales. Pero nada bueno aguarda a su gestión si Cifuentes logra el apoyo de Ciudadanos. Siempre queda la opción, claro está, de que los partidos de Pablo Iglesias y Albert Rivera unan sus votos en torno a un centrado PSOE que derroque definitivamente al PP de las instituciones madrileñas. Si es Ángel Gabilondo el que ocupa el despacho de la Puerta del Sol, las cosas pueden ser muy diferentes para Manuela Carmena y, por descontado, para todos los madrileños. Por ejemplo mi nuevo Rector, Carlos Andradas, probablemente aplaudiría con las orejas.
De este baile institucional, para el que queda casi un mes de plazo, dependerá en gran medida lo que ocurra en noviembre. Madrid es reflejo de España, además de la mayor de las circunscripciones del Congreso de los Diputados. Si Aguirre y Cifuentes son relegadas a la Oposición siendo las listas más votadas, las fichas de dominó pueden precipitarse en otras Comunidades Autónomas y Ayuntamientos, convirtiendo en papel mojado las inútiles palabras de ayer del Presidente Rajoy de que debe gobernar la lista más votada. Cospedal, Rudi, Bauzá y Fabra serán seguramente desalojados en Toledo, Zaragoza, Palma y Valencia pese a seguir siendo los más votados precisamente porque el sistema proporcional es así. Nada que el PP no supiera: ha impedido gobernar a Susana Díaz desde marzo. Hay muchas novedades tras este 24 de mayo, pero ninguna de ellas es un cambio en el modelo parlamentario. Para gobernar no hay que ganar las elecciones, sino obtener la confianza de una cámara que representa al pueblo. No será el modelo perfecto, pero es el que tenemos.
Por eso, actitudes como la de Aguirre –apadrinada por Rajoy en el discurso nacional– conducen a una caída sin remedio. El PP, al igual que el PSOE, no puede ser ajeno a que generan rechazo debido a todas las rémoras que arrastran tras cuarenta años de partitocracia. Para Podemos y Ciudadanos es muy fácil limitarse a elegir a cuál de los dos les costará menos electoralmente apoyar. Así, la segunda gran conclusión de estas complejísimas elecciones es que no queda otra que cambiar el modelo de relaciones entre las cuatro fuerzas. Si, como Aguirre en Madrid, PP y PSOE siguen buscando un apoyo mayoritario que nunca obtendrán ya en un sistema que tiende al multipartidismo y, por tanto, a la consensualidad, les pasará lo que a Redford y Holmes, lo que a Rajoy y a Aguirre. Ya saben: se matarán en la caída.
Gracias por seguir ahí.
Siento disentir contigo, no he escuchado los debates de los candidatos madrileños, lo reconozco, pero Esperanza siempre me gustó mucho, fuerte, valiente y luchadora, nada simpática ni atrayente pero resolutiva. Los colegios bilingües que se que funcionan muy bien y son para todos no para los ricos, los hospitales privatizados pero abiertos a todos los públicos, con una gestión mejor y más barata que los que no tienen la gestión privatizada. Con un inglés impecable para representarnos en todos los foros y de la Carmena tampoco he oído cosas muy buenas, con actuaciones fraudulentas ella y su marido, con su amor por los etarras.
Tendremos que hablar un día largo y tendido para que me explicas muchas cosas. Es lo que tiene vivir en una aldea que a veces no te enteras de nada
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