No recuerdo –y Google no me ayuda; lo mismo me lo estoy inventando– dónde leí una vez que escribimos nuestra historia escribiendo, o dicho de otra forma, escribir es una forma que tenemos de trazar nuestro destino. Yo, involuntariamente, lo he hecho durante mucho tiempo y lo sigo haciendo. Las cosas más importantes que he dicho en mi vida las he dicho por escrito.
Después del éxito que cosechó mi sentida carta al Congreso, que hoy releo con una media sonrisa por todo lo que ha cambiado desde entonces –en mi y en el Congreso; especialmente, en mi–, sobre la que hasta la propia Cámara se pronunció meses después, en octubre de 2010 volví a repetir experiencia y me lancé al teclado para escribir a Mariano Rajoy. Lo hice movido por el debate que entonces centraba la política regional asturiana: el PSOE decaía tras 30 años de Gobierno sólo interrumpidos por el efímero Sergio Marqués y el PP tenía oportunidades de volver a la Presidencia del Principado, pero si cambiaba de cartel y presentaba a Francisco Álvarez-Cascos. En mi carta a Rajoy –y de esa sí puedo decir que ha cambiado hasta la última letra, aunque ahí está y estará siempre, porque lo bueno de escribir es que permanece– le pedía, entre otras cosas, que atendiera a razones y desmantelara el chiringuito de De Lorenzo.
No lo hizo, claro, y eso se lo tengo que agradecer al Presidente. El 2 de enero de 2011 Cascos comparecía para anunciar su marcha del PP, el 6 me llamaba por teléfono –ante mi asombro– para agradecerme mi apoyo y el 20 yo firmaba, avalado por un ex vicepresidente del Gobierno y un ex senador, mi primera carta de afiliación un partido político, constituido apenas unas horas antes.
La carrera que se inició entonces fue un proyecto ilusionante. Probablemente fue un estado de ánimo, como tan acertadamente describía Ignacio Urquizu a Podemos y Ciudadanos en El País. Los cinco meses que distaron entre el 20 de enero y el 22 de mayo de 2011 fueron eso, un estado de ánimo, una euforia constante en una carrera hacia una meta que era a todas luces imposible, aunque todos nosotros la proclamáramos como ya conseguida en cada mitin y en cada artículo en prensa.
Una meta que la noche electoral se materializó de golpe ante nosotros, en un destartalado bajo de una calle secundaria adyacente a la Avenida de la Constitución. La futura alcaldesa Carmen Moriyón, una magnífica cirujana que jamás se había puesto ante un micrófono y que había ensayado sus mítines conmigo, y que le había disputado el bastón de mando gijonés al PSOE por primera vez en democracia, se me acercó pletórica y con lágrimas en los ojos para darme un enorme abrazo. En ese momento pude ver, siquiera de lejos, cómo se materializan los sueños.
Aquella primavera en Asturias conocí la ilusión política en su estado más puro. Quienes lo vivieron conmigo lo saben. Esos siete meses –la campaña, con mi primer mitin, la euforia de ganar, las agonías de pactos post electorales y, por fin, la materialización del éxito con las tomas de posesión de Cascos como Presidente y Moriyón como Alcaldesa– condicionaron mi vida de entonces, y estuvieron a punto de condicionarla por completo.
Cuatro años después miro atrás con nostalgia hacia una etapa que es pasado. Firmé mi baja en Foro Asturias –motivada, como todo (poco, pero todo) lo que he hecho o dicho en política– en 2014 decepcionado por las formas, decepción que el tiempo y otros datos han ido tristemente confirmando. Eso no quita para reconocer nuestro éxito. Efímero, dirán los que no lo compartieron. Y será cierto: en enero de 2012 se acabó el sueño conseguido en el Principado. Pero fue un éxito. Y fue nuestro.
Pasado mañana 35 millones de españoles estamos llamados a las urnas en las elecciones más trascendentales de la historia de la democracia. La voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas el domingo puede cambiarlo todo y puede, al mismo tiempo, dejarlo todo como está. Con un nivel de indecisión de entre el 35 y el 40% –que puede reventar el mayor margen de error de cualquier encuesta–, sería aventurado hacer cualquier pronóstico. Yo mismo soy uno de esos millones de españoles que hoy, viernes, aún no sabemos qué meter en el sobre. Lo único que sabemos es que usaremos ese sobre.
No pediré el voto para ningún partido porque ninguno lo ha merecido del todo. Lo que me parece más importante de estas elecciones es repetir la que fue nuestra experiencia en Asturias hace cuatro años: la ilusión. Votemos lo que votemos el 24 de mayo, esta vez será diferente a las anteriores. España ya no es el mismo país que en 2011. Los españoles ya no piensan igual que en 2011. En mayo de ese año nada menos que el 73.5% pensábamos que la situación política estaría igual –de mal– o peor un año después. Sin embargo, en febrero de este año –datos ya atrasados– el 61.1% creemos que dentro de un año estará igual o mejor.
Esta vez no toca votar con la cartera, no toca votar con el miedo, no toca votar con la seguridad del resultado. Votemos por una vez con sentimiento. Elegimos concejales en 8.000 ayuntamientos y a casi mil Diputados autonómicos. Permitámonos a nosotros mismos saber cómo piensa realmente el país. El lunes por la mañana podremos levantarnos horrorizados por lo que hayamos creado. Pero, en cualquier caso, habremos sido nosotros. Seguramente, tarde o temprano, pase lo que pase, será un éxito. Y será nuestro.
Gracias por seguir ahí.
No puedo escribir esta entrada sin desear la mejor de las suertes a los varios lectores, algunos también amigos, que se presentan pasado mañana en alguna lista electoral; de prácticamente todos los colores políticos –colores viejos y colores nuevos–. Mi admiración y mi confianza; vuestro acierto es también el de todos.
Jaime, no pierdas ese entusiasmo ni ese empuje que, por otra lado tanta falta nos hace en este país.
Me gustaLe gusta a 1 persona