El día que me vociferaron que había acudido a un pleno de la Delegación de Estudiantes de la Facultad de Políticas “a jugar a la democracia”, sólo porque intentaba explicar que cumplir las normas –en aquel caso, el Reglamento de la propia Delegación, que estaba siendo flagrantemente incumplido sin que a nadie más que a mi le importara– era la única forma de garantizar precisamente eso, la democracia, me di cuenta de que en nuestro país hacer política es luchar contra los elementos. Naturalmente, la reflexión es de mucho tiempo después, probablemente porque el aullido, que vino precedido de un cariñoso epíteto, es de las cosas más bonitas que me han dicho en la Facultad y no lo he olvidado desde entonces –eso, y que mis amigos me lo recuerdan gentilmente a la menor oportunidad, habida cuenta del juego que da la frase en cualquier conversación política–.
La anécdota, que por sí sola no es más que eso, revela la máxima que rige en nuestra cultura política: si no estás conmigo, estás contra mí.
En muchos de los debates sociales que actualmente tenemos, y que son cruciales para la definición de nuestro futuro como país, como pueblo, como sociedad, las posturas son radicales y enfrentadas, sin posibilidad de matices. En el aborto, en la laicidad del Estado, en la violencia de género, en el terrorismo, en la organización territorial, todo es blanco o negro. La confrontación es total y a todos los niveles, y la única opción es la aniquilación total de la línea de enfrente para imponer sin obstáculos las propias ideas.
Irresponsablemente, los dos grandes partidos han fomentado este discurso, siendo incapaces en la última década de firmar un solo pacto de Estado. Ya ni siquiera en campaña electoral se prometen grandes acuerdos, precisamente porque a nadie le importan ya. Podemos ha entrado de lleno en esa dinámica para generar más y más confrontación; los comentarios en este mismo blog son una muestra de ello. “Si no estás con nosotros, estás contra nosotros”, es más, eres “de ellos” –de la casta, por supuesto– y pronto llegará la terrible asociación de ese ‘nosotros’ con la democracia misma, de forma que si no estás con ellos estás contra el pueblo y contra la libertad y a favor de la tiranía y la opresión. Ese momento discursivo llegará. Y será peligroso.
Hacer política en España es entrar en guerras que nunca podrás ganar, porque nunca nadie en cuatro mil años de civilización –por suerte– ha conseguido imponer una idea a todos los demás; pero esa es precisamente la única dinámica que tenemos. No importa que te expliques, no importa la naturaleza de los matices de tu postura; ni siquiera, en muchas ocasiones, importa que tengas razón, o que quien está enfrente mienta, o que simplemente sea descabellado. Importa exclusivamente de qué lado estás, y cuando hay una línea, sólo hay dos lados.
Y lo peor de todo es la identificación personal total: cuando has dicho que el Estado debería reducir su tamaño, automáticamente acabas de proclamar tu radical oposición a la educación y la sanidad pública, tu inhumanidad por creer que los parados deberían perecer desamparados por los poderes públicos o directamente tu complicidad con la corrupción del partido en el poder que ha tomado alguna de esas decisiones. Sólo por decir en voz alta que un candidato te genera simpatía –o ni siquiera eso– eres escoria, no sólo para los de los contrarios, sino también para todos aquellos que no se identifican con nadie.
No es posible construir un futuro mejor trazando líneas de brocha gorda y posicionándose a uno y otro lado de la frontera. Nuestro país tiene problemas muy complejos; no más que otros, y no más difíciles de resolver, pero imposibles de afrontar con este método autodestructivo.
No estás contra la democracia sólo por defender que una asamblea no puede tomar decisiones de cualquier manera. No estás negando la existencia de la violencia de género sólo por decir que existen más violencias de género además de la que mata dramáticamente a cientos de mujeres al año. No estás cercenando la libertad de nadie por pensar que entre los derechos de la madre y los derechos del hijo nonato no existe supremacía absoluta de uno u otro lado. No estás aniquilando la autonomía universitaria sólo por creer que necesita límites para no convertirse en un reducto de caos. No estás a favor de la corrupción sólo por creer que el bipartidismo tiene una serie de ventajas como sistema político.
Nada es blanco o negro, y nadie puede pretender que algo lo sea. Exigir posicionamientos radicales, y lo que es peor, identificar a quien no está al 120% de acuerdo con las propias ideas como un enemigo incompatible con la propia existencia de uno mismo, es dinamitar los cimientos sobre los que debe asentarse cualquier sistema mínimamente democrático.
En la forma que la mayoría de los españoles entiende la política hay que inculcar el valor del respeto a las opiniones diferentes. Ni siquiera el del consenso; muchas veces el consenso no es posible porque si lo fuera no haría falta discutirlo. Pero tiene que ser posible no sólo convivir con personas que no piensan como uno mismo, cosa que ya hemos conseguido como país, sino hablar e intercambiar ideas y respetar los posicionamientos que no coinciden con los propios. El respeto político por las posturas contrarias es una condición indispensable para asegurar cualquier democracia.
Mientras no logremos hacer desaparecer estas lacras, propias de una democracia sin consolidar, podemos descartar la regeneración democrática que tanto necesitamos. Por supuesto, es mucho más fácil decirlo que hacerlo; yo soy el primero en incumplir estas normas. Pero debemos hacer todo lo posible por cambiar. Y no nos equivoquemos: los cambios de este tipo no corresponden al Congreso o al Consejo de Ministros. Somos nosotros los que tenemos que cambiar.
Gracias por seguir ahí.
Se presenta un panorama desolador.
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«Soy optimista. No parece muy útil ser otra cosa», dijo Churchill. Saldremos de este bucle de pesimismo autodestructivo; más tarde o más temprano, pero saldremos. España ha pasado por momentos mucho peores que éste. Abrazos, Gerardo, y gracias como siempre!
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Siempre hemos estado al borde del precipicio, a veces se cae alguno pero siempre hay relevo. Los que no nos arrugamos ante nadie seguiremos, yo incluso desde el más allá, pero estoy optimista porque cuento contigo.
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