Son muchos años ya. Yo vi en directo –en pleno verano, cuando el DEN era en verano, en un televisor portátil de esos que se sintonizaban con una rueda; lo recuerdo perfectamente– aquél «usted traiciona a los muertos» que le espetó Rajoy a Zapatero en 2005 y que resonó en el Hemiciclo del Congreso mucho más que muchas otras palabras de ese y otros debates.
Entonces me pareció fuerte. Y efectivamente lo fue; en 2006 Rajoy, probablemente temeroso de volver a perder los papeles, rebajó el tono. Y en 2007 empezó el largo ocaso del parlamentarismo español de esta década: la economía. El debate sobre el estado de la Nación –y todos los demás– se convirtió entonces en una insoportable catarata de datos y contra-datos macroeconómicos totalmente anodina. En 2008 hubo generales, en 2009 había caído Lehman Brothers, en 2010 Zapatero ya se ahogaba en su volantazo de mayo y en 2011 el debate se centró en el colapso del país y la perentoria necesidad de elecciones generales, que cristalizaría apenas un mes después con la claudicación del Presidente.
Los DEN de la era Rajoy recobraron algo de sangre, probablemente porque la corrupción y su torpeza política eran un elefante en un Hemiciclo al lado del mamut de la crisis al que de alguna forma había que despachar.
Por eso esta tarde cuando Pedro Sánchez se subió a la tribuna, yo albergaba esperanzas: porque, además de jugarse el todo por el todo, el implícito reconocimiento de que la crisis empieza a ser macroeconómicamente historia permitía atacar lo que se debe atacar en un debate de «política general»: la política.
Al margen del concreto rifirrafe entre los líderes del llamado bipartidismo, en el que ahora entraré, el debate tuvo más forma que fondo, pero esta vez se desarrolló notoriamente fuera del Hemiciclo. Los equipos de comunicación de los partidos, aunque ya lo habían hecho en 2013 y 2014, han echado ahora el todo por el todo en las redes sociales, y en especial en Twitter, demostrando que las actuales formas de comunicación política han superado, sino derogado, las anteriores. Especialmente llamativa me ha parecido la campaña de los community managers del PP, que han bombardeado la red con gráficos y montajes absolutamente inspirados, por no decir calcados, de la propaganda elaborada por el equipo de Barack Obama difundida antes y durante los discursos sobre el Estado de la Unión de estos últimos años. Precisamente esto, la presencia casi instantánea de fotografías y titulares exactos de Mariano Rajoy, le delatan no sólo en su discurso inicial, que evidentemente era leído –por el amor de Dios, instalen un prompter en el Congreso–, sino también en las réplicas. Algo similar le ha ocurrido, aunque menos evidente, a Pedro Sánchez.
Pero regresando, en fin, a lo que hemos visto y oído, cuando el líder de la Oposición parlamentaria empezó su andanada percibí de nuevo un espíritu de debate, un revulsivo al coñazo –con perdón– de Rajoy. Emocionado estaba yo cuando, en un momento ciertamente brillante, Sánchez sacó el Financial Times de julio de 2012 con el titular «Rajoy hails rescue as victory» (Rajoy aclama el rescate como una victoria) y le espetó al Presidente, con tono displicente, que ‘rescue’, en inglés, es rescate. Ese que el Gobierno ha negado desde el momento en el que lo anunció un sábado.
Ese mismo tono displicente con el que Rajoy perdió los papeles. Pasamos de la nada al todo. Se le fue de las manos al Presidente del Gobierno, que subió a la tribuna rojo de ira –y tampoco era para tanto–, con los frenéticos gestos de un acorralado, para hacer reproches inverosímiles. Reproches como que Pedro Sánchez sube a la tribuna con la réplica preparada cuando él ha tenido el cuajo de iniciar turnos de réplicas en comparecencias parlamentarias con los papeles ordenados por carpetas, una por cada portavoz; estos dos ojos lo han visto. Reproches como que el PSOE mira más a Podemos que al PP, cuando el PP ha cometido el mayor error de cálculo político de los últimos años al ignorarlo hasta que ha sido demasiado tarde. Reproches como que Sánchez se preocupa «por lo que dicen muchos tiquismiquis», quizá refiriéndose a los SMS que envió a un delincuente confeso desde el Palacio de la Moncloa.
El Presidente del Gobierno tuvo los arrestos de cerrar su contrarréplica, a sabiendas de que no tendría contestación, con un «usted no vuelva aquí a decir nada. Ha sido patético.». Ni la cortesía parlamentaria del ‘muchas gracias’ tuvo hueco en su orgullo herido después del dardo del ‘rescue’ o del hachazo de «yo soy un político limpio; a mí, usted, lecciones de corrupción, ninguna». Patético, se atrevió a decir el Presidente del Gobierno peor valorado de la Historia de España.
Patético, se atrevió a decir el hombre que acosado por un escándalo de corrupción compareció en una rueda de prensa a través de una pantalla de televisión ante la atónita mirada de una veintena de reporteros.
Patético, se atrevió a decir el personaje que, cuando un periódico publicó que recibió sobresueldos ilegales siendo Ministro de España, afirmó que «el Estado de Derecho no se somete a chantaje» como si él, reencarnación de Luis XIV, fuera el Estado de Derecho.
Patético, se atrevió a decir el sujeto que preguntado por la excarcelación de una etarra sanguinaria sentenció que «llueve mucho».
Patético, se atrevió a decir el Presidente que dio media vuelta ante un canutazo y salió por el garaje del Senado para evitar a la prensa.
Patético, se atrevió a decir el jefe de Gobierno que envió un mensaje diciendo «sé fuerte, mañana te llamaré» a un delincuente confeso desde el Palacio de la Moncloa.
Patético, tuvo el cuajo de llamar Mariano Rajoy a Pedro Sánchez, cuando hasta mi hermana pequeña, de once años, pone los ojos en blanco al escucharle decir frases como «estoy de acuerdo, estoy de acuerdo en que siempre le digo que estoy de acuerdo, estoy de acuerdo en que luego al final se hace lo que se puede, y estoy de acuerdo en que hay que hacer algo» (sic., por si alguien tenía dudas).
Podría seguir haciendo leña del árbol caído. No lo haré: Sánchez ganó ayer un debate, además de por algún mérito propio, porque Rajoy, o mejor dicho, la soberbia –que un Presidente debe saber controlar– derribó su rey sobre el tablero. Y en éstas seguiremos cuando Pablo Iglesias llame a la puerta pidiendo su turno.
Gracias por seguir ahí.
Amén
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Pido permiso a Diana para decir también. Amén.
Jaime. Tus crónicas, son, no solo de opinión, si no…el más fiel relato de nuestra penosa realidad política. Me sorprende tu capacidad de análisis y, me pregunto. ¿ Cuánto y cómo será su actividad en el futuro, si con 21 años es capaz de manejar los datos, tantos, y con tanta objetividad ?. Espero impaciente.
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