Carta abierta al Sindicato de Estudiantes

140426_huelga_sindicato_estudiantesEstimados compañeros. Colegas. ¿Camaradas? Dejémoslo en colegas.

Anoche, por primera vez, tuve la extraordinaria oportunidad de encontrarme a una representante de los estudiantes universitarios, Ana García, en el –presunto– ejercicio de sus funciones, en un debate de televisión que versaba sobre los cambios o, mejor dicho, sobre los abundantes problemas de nuestra universidad. En realidad, no sé por dónde empezar. Lo haré mencionando que, aunque le he dado muchas vueltas, todavía no sé por qué me representa omnipresentemente el «Sindicato de Estudiantes». Nunca os he votado, pero ¡cuidado! No porque no quisiera votaros a vosotros, sino porque nadie me ha puesto delante la urna de la que, quiero pensar, habéis salido. Por no hablar de las papeletas, si existe ese plural. Obviemos ese tema.

Estoy en cuarto de carrera y, desde más o menos el día que puse un pie en la Facultad hasta la fecha, soy representante de estudiantes. No sé si como vosotros; a mí me lo pidieron y me lo siguen pidiendo mis compañeros. Menudo papelón, si me permitís la expresión. Qué os voy a contar, claro. Se supone que sabéis de lo que hablo, salvo que vuestra labor de representación sea diferente a la mía.

Mis problemas… Perdón, los problemas de los estudiantes a los que yo represento, son muchos y variados, al igual que sus responsables.

Para abofetear al Gobierno de Rajoy no hace falta utilizar la universidad. Se puede hacer, por descontado. Como con todo. De hecho, tengo la teoría de que este Gobierno se abofetea sólo, y muy bien, sin necesidad de nadie que lo haga. Por eso no tengo muy claro por qué mi –presunta– representante en ese plató de televisión, a la pregunta –por ejemplo– de si debe haber un gran pacto de Estado por la educación, responde «lo que queremos es echar al PP del Gobierno de una vez». Y esta fue la última, la que puedo escribir literalmente de memoria, de una serie de intervenciones a cada cual peor.

No, mira, querida Ana, pero no.

No puedo tolerar que tú –permíteme que te tutee, a la vista de que se supone que somos colegas– nos representes así, porque es una representación no sólo pobre, sino irreal y falaz.

Yo también quiero que este Gobierno cambie. No les voté y, por descontado, no pienso hacerlo ahora. Pero para eso hay una oposición –si no la hay, plantéate por qué–, unos partidos políticos, un sistema político, en fin, unas elecciones. Y tú, querida Ana, no estabas ayer en el plató de Televisión Española para vapulear al Gobierno porque no te gusta y hacerle la campaña a nuestro –seguro– amigo común de la coleta. Estabas ahí para contar los problemas que tenemos los estudiantes que hemos pisado alguna vez una clase, o mejor dicho, los estudiantes que hemos pisado demasiadas veces demasiadas clases.

No te confundas, como hacen a menudo en mi Facultad –es que estudio Políticas en la Complutense y voy con americana; ya sabes, casta–: ni soy un fascista, ni soy un facha, ni soy un retrógrado. Entre otras cosas porque tengo 21 años, ocasionalmente una pequeña dosis de sentido común y vivo, me parece, en el mundo real –aunque no lo creáis, soy como vosotros: hasta me alimento tres veces al día–. Estoy en contra del 3+2, estoy en contra de los desorbitados precios de las tasas universitarias, estoy en contra de un montón de cosas. Pero yo, en lugar de ponerme detrás de una pancarta y debajo de un cartel, he dedicado estos cuatro años de mi vida a hacer más fácil la vida de los que me han elegido. Y eso no pasa por cambiar al Ministro, porque no soy el Presidente. Soy el delegado de clase, el representante de la titulación, el consejero de departamento. Yo no les prometo a los que me votan que les bajaré las tasas, les subiré las becas y que derogaré la LOMCE. Yo no les prometo una educación universaldecalidadlibregratuitalaica –es que a veces lo decís tan de corrido que uno se lo aprende todo del tirón– ni un futuro mejor. Porque me presento a representante de estudiantes, no a Presidente del Gobierno. De momento.

Yo les prometo a mis compañeros que me dejaré la piel en que nos abran los convenios de Erasmus. Les prometo que conseguiré que la Facultad nos dedique unos medios físicos y materiales mejores. Les prometo que evitaré que este profesor, que la última vez que actualizó su Código Civil fue en 1963, nos dé clase otra vez. Les prometo que mejoraremos el plan de estudios porque tenemos ideas y los estudiantes somos los que con más rigor podemos analizar la eficacia de los planes, que para eso –algunos– nos los estudiamos. Les prometo que pese a las trabas administrativas, al follón que es la Universidad, al monumental desastre que es todo, vamos a conseguir que nuestro Trabajo Fin de Grado sea algo consistente. ¿Os suena de algo?

Yo dedico horas y horas a reunirme: en Consejo de Departamento, en Juntas de Facultad, en el grupo de clase o sobornando con un café al Vicedecano de turno para que me haga un poco de caso, lo que haga falta. Yo dedico mis energías y un número ingente de correos electrónicos a que nos consigan convenios de prácticas interesantes. Yo me doy cabezazos contra una pared, hasta tirarla abajo si hace falta, para que nos reconozcan los créditos de otras asignaturas o los de libre configuración.

Y ¿sabéis qué? Ahí están los convenios Erasmus, abiertos tras tres años de negociación y que no existían ni remotamente cuando llegamos. Ahí están los doce ECTS de prácticas externas que mis compañeros podrán cursar en sexto y que no estaban cuando llegamos. Ahí están los convenios de prácticas. En el plan de estudios y el Trabajo Fin de Grado estamos trabajando. ¿Soy un superhéroe? En absoluto: sólo hago mi trabajo.

Un trabajo que es voluntario. Que me ha traído unos cuantos disgustos y muy puntuales alegrías. Pero voluntario. Salvo algún compañero especialmente fervoroso, nadie me ha puesto una pistola en la sien para presentarme un año más. Lo hago porque creo que sé cómo hacerlo y porque creo que en ese caso mi deber es intentarlo. Y, a veces, conseguirlo.

Por eso yo ayer me abalancé furibundo sobre el teclado a escribir estas líneas. Porque estoy harto, tremendamente harto, de veros a vosotros y a otros tantos como vosotros «representando» a los cientos de miles de estudiantes que querremos que cambie el Gobierno, o no, pero que tenemos problemas distintos de los que vosotros pretendéis arreglar.

Nuestros problemas son los planes de estudio imposibles hechos chapuceramente y que hay que revisar con urgencia. Nuestros problemas –andantes, y yo diría galopantes– son los profesores-fósil que vegetan por nuestras universidades sin siquiera un amago de reciclarse. Nuestros problemas son la indefinición de tantas cosas que se dejan al ya veremos, como el TFG. Nuestros problemas reales están en nuestras aulas, en nuestras Facultades y, como mucho, en nuestras Universidades. El problema que hay –que lo hay– sentado en el despacho de Alcalá 34, queridos colegas, no es nuestro.

Para reformar el plan de estudios no hace falta proclamarse defensor de la clase trabajadora –por cierto, no sólo los trabajadores pagan impuestos, querida Ana–. Para lograr convenios mejores no es necesario levantar el puño. Para poner orden en el TFG no se requiere empezar la reunión llamando retrasado al Presidente y desgraciado al ministro. Lo que hace falta es haber sufrido esos problemas y tener ideas para solucionarlos. Lo siento, pero no creo que un convenio de prácticas pueda ser fascista ni que doce ECTS puedan ser de ETA.

Os invito, y lo hago con absoluta seriedad, a presentaros a las elecciones al Congreso de los Diputados como un partido en defensa de los intereses del colectivo estudiantil. Sería fantástico que una voz en el Hemiciclo pudiera pronunciarse con legitimidad sobre las cuestiones políticas que nos afectan: la incompetencia del ministro, la maldad inusitada de este Gobierno genocida, lo que sea. Ese sería el sitio de Ana.

Pero os exijo que dejéis de contaminar la representación de los estudiantes universitarios allá donde vais portando la falsa bandera de su representación legítima. Los problemas que transmitís son erróneos, pero la imagen que dais de todos nosotros es falsa, es adulterada, es una mentira. Una mentira de la que yo, por cierto, no pienso participar.

Un saludo.

Jaime Fernández-Paino Sopeña

2 comentarios en “Carta abierta al Sindicato de Estudiantes

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