Cinco años y dos Gobiernos después, dimitió un ministro. Casualmente el último también era de Justicia. Bermejo dimitió después de publicarse que se había ido a cazar con el juez que instruía un macroproceso contra el principal partido de la Oposición; algo ciertamente menos loable que renunciar por un fracaso político, como ha hecho Gallardón hace minutos. En esta era de parasitismo político hasta hay que agradecer las dimisiones. Hasta ahí hemos llegado.
La dimisión es uno de los tópicos de España: en este país no dimite nadie. En realidad hay que reformarlo, porque lo que pasa es que en este país dimite demasiada poca gente en comparación con la cantidad de cosas que se hacen rematadamente mal.
Además, si hacemos un recorrido por la casuística, encontramos motivos dimisionarios para todos los gustos. Ahí está Fernández Ordóñez; el gran Ministro de Exteriores poco menos que tuvo que ponerle sobre la mesa a Felipe González un parte médico terminal para que le cesara de una vez, falleciendo apenas dos meses después. Con el mismo Presidente, y en la otra acera, tenemos a Guerra el Ilustre, que tardó un año en decidir que tener a un hermano condenado por malversar en un despacho oficial era causa de dimisión. Otros, más osados, dimiten por principios. Y ahí está Gallardón.
Es evidente que al Presidente Rajoy no le importa lo más mínimo la retirada del Proyecto. Arriola le habrá dicho que les va a machacar electoralmente y por eso ha dado marcha atrás, pero ¿cambiar a un ministro? A dónde vamos a llegar, habrá pensado, impasible el ademán.
Para prueba, un botón: se llama José Ignacio Wert, y le ha pasado lo que a Gallardón pero en el siguiente nivel y multiplicado por tres. Al bienhadado ministro de Educación le enmendaron la plana —léase, su Proyecto (que no anteproyecto, ojo) de Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa— tres veces, por no hablar de sonrojantes rectificaciones como la de las Becas Erasmus, nada menos que desde la sala de Prensa del Palacio de la Moncloa.
Así que hay tres cosas que agradecerle a Gallardón, aunque no eclipsan su mala gestión como ministro: tasas judiciales de dudosa constitucionalidad, impasibilidad ante el abuso de legislación por decreto-ley, incapacidad de promover textos refundidos que palien el caos actual del ordenamiento jurídico, incumplimiento flagrante de una promesa electoral y de Investidura como fue la reforma del CGPJ, la derrota del Estado ante Estrasburgo por el caso Del Río y varias cosas más que me dejo en el tintero. Desde luego su reforma de la Ley del Aborto era inviable, pero la realidad global de su gestión es francamente mejorable.
Como digo, eso no quita para que haya que agradecerle tres cosas: la primera es defender unos principios —con los que se puede estar más o menos de acuerdo pero que hay que respetar— hasta sus últimas consecuencias: a cuántos hemos visto dar marcha atrás y agarrarse al sillón. Cuantos dimes y diretes sonrojantes, cuántos donde dije digo digo Diego y aquí paz y después gloria. A cuántos hemos visto implicados en casos de corrupción sentados en sus escaños. A cuántos hemos visto firmando las Leyes con su nombre en contabilidades B. Es de agraecer una dimisión, hasta ese punto hemos llegado, por razones de integridad. A Gallardón se le podían decir muchas cosas, pero la Ley del Aborto era un compromiso del PP —de esos que no les importa incumplir, de acuerdo— y el PP ganó unas elecciones con mayoría absoluta.
La segunda es que lo haya hecho dejando, como ha declarado, los deberes hechos: los recursos de inconstitucionalidad contra el desafío al Estado de Derecho que es la Ley de Consultas aprobada el viernes, que por cierto espero que se publiquen. Y lo agradezco porque el padre del ministro redactó brillantes recursos —otros para gritar, ciertamente— y a poco que haya heredado de él, como parece que ha hecho vista su carrera, los recursos serán un buen trabajo.
Y la tercera es que con su dimisión nos deja la revelación de que a Rajoy no le importa lo más mínimo lo que haga mal su Gobierno. Que pagará cualquier precio y que no duda en recular ante una encuesta. De modo que gracias, Gallardón, por darnos la confirmación de quién y como nos gobierna. Las elecciones terminarán por llegar, aunque la Legislatura se esté haciendo larga como pocas.
Gracias por seguir ahí.
La rápida reacción ante un NOTICIÓN político es, una de tus virtudes. Si a eso añadimos una información extensa y veraz sobre el Ministro dimitido, no queda más, que felicitarte. A ver si alguno de sus compañeros/as se deciden a hacer lo mismo. Está a la vuelta de la esquina el próx batacazo, por incapaces.Son demasiados frente abiertos,sin resolver, y la paciencia, no es precisamente una cualidad española. Estamos todos/as hasta los MISMÍSIMOS.
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