No quiero dejar para mañana un análisis de las elecciones europeas del domingo por dos razones. La primera, porque respeto la jornada de reflexión –pese a que no creo en su utilidad real– como elemento democrático de nuestro sistema. La segunda, mucho menos apreciable políticamente, es que no puedo prometer que mañana mantenga la templanza a la espera de que Cristiano resuelva la Décima en Lisboa, algo que va a suceder y provocará mi inmediata comparecencia en la fuente de Cibeles, cuya plaza, por cierto, no se llama como la diosa sino Cánovas del Castillo (todo encaja; eso sí es una conjunción astral).
Porque hace falta mucha templanza para pensar en el voto del domingo. Yo, concretamente, llevo tirándome de los pelos desde hace semanas ante la incertidumbre de qué meter en el sobre. A 48 horas, por fin tengo tomada una decisión.
Se pide a 550 millones de ciudadanos que decidan la composición de un Parlamento Europeo que decidirá, por primera vez en la Historia, el Presidente de la Comisión. No quiero saber qué porcentaje de esos ciudadanos son conscientes de lo que es la Comisión y cuáles son sus funciones; ningún responsable político ni institución ha hecho esfuerzo alguno para explicarlo. Se han limitado a trasladar el mensaje de que «nos lo jugamos todo», que estas son «las europeas más importantes hasta ahora», que «del nuevo Parlamento dependerán decisiones que condicionan nuestras vidas». En general es cierto, pero a la gente no hay que decirle lo que tiene que hacer sino que hay que pedirle que haga algo por alguna razón.
Lo que se dirime el domingo, en realidad, es si el sucesor de Durão Barroso al frente del Gobierno comunitario –eso es, con muchos matices, la Comisión– es Martin Schulz o Jean Claude Juncker. Alemán o luxemburgués. Socialdemócrata o democristiano. Ex presidente del Parlamento o ex presidente del Eurogrupo. Uno gobierna con Merkel y el otro es del partido de Merkel: toda una paradoja.
El problema, o por lo menos el mío, es que los españoles no votamos a Juncker o a Schulz. Cada uno se presenta en su país, y sus partidos han acordado a nivel europeo unir sus fuerzas después de las urnas en torno a esos dos hombres, los socialistas Schulz y los populares Juncker. Por lo tanto, nosotros votamos a Cañete, Valenciano y demás cabezas de lista. Cuando yo vote el domingo estoy poniendo en Estrasburgo a políticos españoles y les estoy otorgando mi confianza. Es cierto que el sufragio indirecto a Juncker y a Schulz existe, pero desde mi punto de vista no se debe olvidar que nuestros eurodiputados son los que se presentan por España, y en base a eso voy a determinar mi voto.
No exagero cuando digo que en estas semanas de darle a la cabeza me lo he planteado todo. Bueno, todo menos Podemos. Mi convivencia en la misma Universidad, la misma Facultad y el mismo Consejo de Departamento con Pablo Iglesias me lo impide. Tampoco he considerado el partido del presunto prevaricador juez Silva, ése que ha supuesto el mejor regalo posible para Miguel Blesa por su prepotencia y completa falta de profesionalidad. Descartado esto, y también Izquierda Unida por razones evidentes, confieso que todo lo demás se me ha pasado por la mente. Y todo ha sido descartado.
No votaré al Partido Popular porque considero que sus errores pasados y presentes –muchos de ellos con nombre propio: Rajoy, Gallardón, Cospedal, Bárcenas– no merecen mi confianza. No estoy dispuesto a que se utilice mi voto como un refrendo a la acción de este Gobierno mentiroso y prepotente, que ni comparto ni defiendo. Y tampoco lo estoy a votar a Jean Claude Juncker porque no creo que sea el mejor candidato europeo. Directo o indirecto, mi voto no puede ser para el PP.
He pensado –durante unos pocos minutos de un sólo día– en votar al Partido Socialista porque Schulz me parece el hombre más preparado para presidir la Comisión y, si pudiera votarle directamente a él, probablemente lo haría antes que a Juncker. Votar PSOE por Schulz es un argumento válido y asumible, ya digo, incluso para mí. Sin embargo, también hay nombres propios que me dan calambre al coger la papeleta: Rubalcaba, Valenciano, Pepiño Blanco (número 10), Magdalena Álvarez… No puedo votar a un PSOE que dejó a España en la quiebra virtual, un PSOE cuyo Gobierno cometió errores en tantos frentes que nos costará años reparar por su irresponsabilidad e inconsciencia, un PSOE que se ha convertido en una Oposición vana e inútil al pésimo Gobierno de Rajoy. Un PSOE que gobierna mi tierra, Asturias, desde la desidia y la incompetencia, más plagado de corrupción que el propio PP y cuyos candidatos, con la número 1 a la cabeza, son gente sin preparación y sin escrúpulos para mentir sobre su propio currículum. No votaré al PSOE sólo porque el candidato de su familia europea sea el mejor porque creo que no me lo perdonaría nunca.
A todo esto se suma que no votaré a ninguno de los dos porque no quiero que mi voto contribuya al sostenimiento del sistema de mayorías que nos ha traído hasta aquí, un sistema que apuesta por la desvinculación de los ciudadanos de la política para mayor comodidad de los líderes. Tampoco permitiré la utilización de mi voz para legitimar a este Gobierno o a su desastrosa Oposición parlamentaria. En mi nombre, no. Y, sobre todo, porque estoy seguro de que en el futuro podré enorgullecerme, como he hecho hasta ahora, de no haber votado jamás PPSOE.
No votaré a UPyD, pese a que su candidato Sosa Wagner es probablemente el más competente en Estrasburgo, porque su programa electoral nada tiene que ver con Europa. Se presenta a las urnas hablando de reforma electoral o regeneración de la política española, asuntos imprescindibles sin duda… Pero que ahora no vienen al caso. UPyD no se ha adscrito a ningún grupo europeo y no ha dicho qué va a hacer ante la elección de Presidente de la Comisión. Para ir a Bruselas conmigo en el carro, deberán demostrar que quieren ir a Bruselas a algo.
No votaré, por descontado, a ninguna de las coaliciones de nacionalistas o abertzales porque, simplemente, creo sin fisuras en la Constitución y en la unidad de España tal y como ésta la proclama. No acepto desafíos unilaterales al Estado de Derecho utilizando las instituciones, ni el amparo de actos terroristas o las celebraciones por la liberación de sus autores.
No votaré a Ciudadanos porque, aunque comulgo con una buena parte de sus propuestas y sobre todo valoro la labor de Albert Rivera frente a la locura que se respira y se habla en el Parlament de Cataluña cada semana, creo que no hablamos de eso. El voto a C’s será probablemente revelador en las generales de 2015, pero no en la conformación del Parlamento Europeo. Aun así, le reconozco el mérito de ser el que más se ha acercado a mi sobre electoral.
Finalmente, no votaré a Foro Asturias por una serie de razones que creo que merecen ser explicadas. En primer lugar, porque estoy en desacuerdo con su candidatura; opino que Foro debe dedicarse a Asturias, y considero que tener un eurodiputado en una cámara de 750 no es una garantía de ser escuchados en Bruselas. La tarea de Foro es, además del Principado, representar a Asturias en España, para lo que debe presentarse a las elecciones generales por Asturias –en ningún caso por Madrid–. En segundo lugar, porque los Estatutos de Foro han sido manifiesta y flagrantemente incumplidos en el último año de una forma que ni el propio Presidente en persona ha acertado a explicarme, y que por tanto no acepto. En tercer lugar, porque la candidatura es vana: matemáticamente no es posible la obtención de un eurodiputado y estoy en condiciones de demostrarlo a quien me lo niegue, por lo que es un esfuerzo económico y personal que el partido podría haber dedicado a otras cuestiones más urgentes para los ciudadanos asturianos. Y en cuarto lugar, porque utilizar unos eventualmente buenos resultados del domingo como arma arrojadiza contra Javier Fernández –la única explicación que tiene presentarse a Europa– no es la finalidad de estas elecciones. Ya hemos visto el resultado de dirigirse a los ciudadanos para lanzar órdagos políticos en Oviedo; la cosa no salió bien. Aun así, deseo toda la suerte a Foro y las muchas personas brillantes que forman parte de esa formación que sigue siendo necesaria para Asturias.
De modo que estamos ante un voto imposible. Sin embargo, votar es necesario. Cuanto más se abstiene la ciudadanía, más poder se otorga a quienes sí van a las urnas. Cuanto menos se vota, menos legítimo es luego protestar contra lo votado. Votar es un derecho pero también un deber cívico y político, una opción que se nos da para intervenir en el sistema. Ahí están el voto en blanco y el voto nulo. Uno computa y el otro no.
A propósito del voto en blanco, una nota. Este voto perjudica a los partidos minoritarios –en ningún caso afecta a los mayoritarios, bien o mal– en aquellas elecciones en las que existe un umbral al que llegar para empezar a tener Diputados: las generales, la mayoría de las autonómicas, las municipales… Sin embargo, el 25 de mayo no hay umbral. El voto en blanco, por tanto, no beneficia a nadie y es el resumen de esta entrada.
Esta vez, el voto en blanco es para mí a la vez la conformidad con el sistema y con la democracia, el rechazo a todas las opciones, la exigencia de otras, el ejercicio de un derecho y la realización de un deber. El domingo dejaré, por tanto, mi sobre vacío.
Gracias por seguir ahí.
Gracias por el análisis que me ha servido para despejar mis dudas.
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