Sueños del futuro e historias del pasado

Desde la tarde del martes, durante la parte caliente del debate sobre el estado de la Nación, llevo dando vueltas a algunas de las grandes frases de Rubalcaba. En la entrada de anteayer hice un análisis del debate más técnico y académico que otra cosa, pero el trasfondo de una buena parte de la intervención del líder de la Oposición da para mucho.

«Usted siempre tuvo opciones. Pudo elegir y siempre eligió contra los más débiles. Entre los empresarios o los trabajadores, usted eligió ir contra los trabajadores. Entre la escuela pública y la privada, usted optó por ir a favor de la escuela privada. Entre pedir un esfuerzo a los pensionistas o pedírselo a la industria farmacéutica, usted se lo pidió a los pensionistas. Y entre subir los impuestos de las clases medias o subir los impuestos de las grandes fortunas, usted optó a favor de las grandes fortunas. Siempre contra los más débiles. ¿Sabe por qué, señor Rajoy? Porque son ustedes de derechas, porque usted es el líder de la derecha española. Ha sido usted coherente. […]

Usted es el líder de la derecha que ha hecho lo que nunca se atrevieron a plantear, aprovechando que ha tenido mayoría absoluta y que ha tenido una crisis como coartada. Porque ustedes, señores de la derecha, ustedes siempre han pensado que los españoles, que los trabajadores españoles tenían muchos derechos, que las mujeres tenían mucha libertad y que los españoles teníamos mucha igualdad y por eso han ido contra ello.»

Partamos de la base de que este Gobierno ha fracasado en la aplicación de su programa, que ha incumplido sus promesas y que está falto de sustento democrático para sus medidas más duras. Partamos de la base de que estoy en contra de la subida desproporcionada de impuestos; de los recortes en sanidad, educación y pensiones;  de las tasas judiciales; del anteproyecto de Ley del aborto. Si puede ser, partamos de la base de que yo no defiendo al Ejecutivo de Rajoy. Incluso, y a la vista de los acontecimiento, partamos de la base de que decir que este gobierno es «la derecha» es tanto como decir que el anterior era «la izquierda».

Durante los tres años que llevo en la Universidad, y lo he dicho varias veces, no he parado de ver constantes referencias ideológicas como las de Rubalcaba. «La derecha» arde en azufre, arrasa con la igualdad, desea meter a las mujeres de España en las cocinas, pretende exterminar pensionistas para no pagarles, quiere eliminar los hospitales, cerrar los colegios y las facultades públicas, acaso cargarse la democracia y aniquilar el Estado de Derecho. Si entramos en el terreno gerracivilista, además, la derecha es golpista, es genocida, es Carrero Blanco, merece volar. Qué mala es «la derecha».

Cada vez que oigo ese tipo de cosas pienso, además, en lo que podría suceder si a mi –o a cualquiera– se le ocurre decir que «la izquierda» quema iglesias, expropia tierras o fusila presos en puertos de montaña, por ejemplo. No sólo son rémoras del pasado: es que depende de quién las utilice. Si demonizas a «la derecha» no suele pasar nada, pero ha de aquel que ose decir tales cosas de «la izquierda», porque no será menos que un fascista retrógrado que anhela el regreso inmediato de los tiempos más oscuros. Por alguna razón que no alcanzo a entender, «la derecha» debe casi avergonzarse de serlo, procurar disimularlo, mientras «la izquierda» se proclama a si misma sin pudor (como debe ser).

No creo que a estas alturas nadie pueda refutar en serio esto. Yo lo he visto, lo he oído y lo he vivido en carne propia.

Ni la derecha es Franco ni la izquierda es Stalin. Ambas tienen pasado que condenar, y ambas tienen un futuro que construir. Porque tampoco son Rajoy y Rubalcaba. No existen los pensamientos únicos y monolíticos.

Hace catorce años que cambiamos de milenio. Hace treinta y cinco que vivimos en democracia. Hace tres cuartos de siglo que terminó la última guerra civil. Dos o tres generaciones enteras han querido vivir en el país de las dos Españas. La primera se mató a tiros, la segunda tuvo la capacidad de pactar una democracia y la tercera ejerció y ejerce el poder político de una forma manifiestamente mejorable. Pero ¿va a ser mi generación, la más preparada de la Historia, la más capaz, la más avanzada, la que vuelva a utilizar las ideologías del siglo XIX?

Basta de radicalismos trasnochados, basta de reproches demagógicos, basta de rencillas pendientes. No estoy dispuesto a discutir con alguien de mi edad que me echa en cara el fusilamiento de su bisabuelo en 1937. No estoy dispuesto a rebuscar en el pasado familiar y utilizar mis propios fusilamientos –porque nadie en España está libre de muertos de la guerra– para silenciar a un contrario. Esta generación está llamada a arreglar todo lo que la anterior no ha sido capaz de hacer bien, y no podremos conseguirlo nunca utilizando como armas a nuestros antepasados, sus muertes y sus ideas. Este país ya ha sufrido bastante una guerra civil que ha durado setenta y cinco años en el imaginario colectivo y que para según quién, aún no ha terminado.

La guerra se acabó y dio lugar a una sangrienta dictadura de cuarenta años que cometió atrocidades y terminó cayendo. No somos el único país que ha sufrido eso, pero sí el único que se ha negado a pasar página. Hay que comprender que pasar página no implica el olvido: la Historia se estudia y se recuerda para siempre.

Todas las naciones del mundo recuerdan unidas con dolor sus guerras civiles, honran a sus muertos y condenan a sus dictadores. Alemania fue culpada por el mundo del genocidio más atroz, la Unión Soviética desapareció con decenas de millones de muertos en su haber, los Estados Unidos sufrieron un conflicto fratricida por una enmienda constitucional, y todos ellos son ahora potencias que no utilizan la sangre derramada para avivar el debate. El SPD no aviva el miedo al nazismo antes de unas elecciones, el Partido Republicano no advierte del peligro de secesión del Sur antes de unas presidenciales, mientras en España la derecha come niños y aguarda agazapada la oportunidad para volver al Dieciocho de Julio.

Las ideologías existen y existirán siempre porque son inherentes al ser humano. Pero en este tiempo de cambios y progresos casi instantáneos no podemos seguir limitándonos a casillas ideadas hace doscientos años por la situación de unos Diputados en un Hemiciclo. No podemos seguir utilizando tópicos decimonónicos y referencias al pasado. Si el debate político se centra en eso, estamos condenados a repetir nuestros errores como nación y como pueblo.

«Me gustan más los sueños del futuro que la historia del pasado.»

La cita es de Thomas Jefferson. Gracias por seguir ahí.

2 comentarios en “Sueños del futuro e historias del pasado

  1. Como siempre apunto, mi incultura política es muy grande. Este es el motivo por el que disfruto mucho más de estos artículos. Los que van en una línea fàcil de entender, explícita y en mi opiniòn, terriblemente sensata.
    Has vuelto a tu linea de abril 2013 y yo lo agradezco.
    Ojalá y los de tu generaciòn compartan tu filosofía, eso es lo que necesita España.

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