Políticamente, ha sido un año nefasto, sin paliativos. 2013 se va dejando tras de sí la mayor crisis política e institucional que ha vivido España desde que es la España democrática. No se trata de un mensaje catastrofista, creo, sino simplemente expositivo. En ninguno de los duros trances que hemos atravesado en las últimas décadas –pienso en la convulsión tras la caída del régimen, el golpe de Estado o los últimos años del felipismo– se han dado circunstancias tan complejas y tan profundas como las que hoy tiene que analizar cualquier balance político que sea mínimamente realista.
A la fractura de la sociedad, que es muy grave y cada vez más profunda, se une la manifiesta incapacidad de los gobernantes de luchar en todos los frentes abiertos, en muchos casos, por ellos mismos. A la crisis económica, que tiene su cara más amarga en un paro inasumible, se suma la evidente frustración de todos los ‘expertos’ en la materia, que a la vista de todos nosotros fallan continuamente tanto en diagnóstico como en receta. A la crisis territorial abierta por un presidente que vive en un delirio se añade la pasividad total de la mayor parte de la población, hastiada de que los problemas no se solucionen, o no lo hagan en el orden correcto.
Los sucesos de 2013 han provocado una auténtica devastación en la ya escasa confianza ciudadana en las instituciones. Echar la vista atrás sólo sirve para contemplar errores de los dirigentes, cada cual mayor que el anterior, cada uno un poco peor que sus precedentes.
No debemos olvidar fácilmente algunos titulares de este año. La hemeroteca es un recurso que utilizo mucho; cuando tenía unos cuantos años menos –concretamente, recuerdo, con la muerte de Juan Pablo II– adopté la costumbre de procurar guardar periódicos de fechas relevantes; a ser posible, de diferentes cabeceras. Así, conservo aún periódicos de la tregua de ETA de 2006 o el atentado de Barajas, de la reelección de Zapatero o de la primera elección de Barack Obama. Hoy en día, sin embargo, todos esos datos están en Internet. Ayer mismo leí el periódico El Mundo, completo, del 12 de septiembre de 2001.
2013 nos deja primeras planas demoledoras para un liderazgo político. El golpe de gracia del año, sin lugar a dudas, lo dio El País el 31 de enero al publicar a cinco columnas “Los papeles secretos de Bárcenas”, desatando la mayor tormenta que ha sufrido un partido político desde que se destaparon los GAL. Y este tema ha dado para todo el año, desde luego. La entrada del sujeto en prisión fue el preludio de la brutal portada de El Mundo el 14 de julio, publicando los SMS entre el Presidente Rajoy y el presunto delincuente. Fue Rajoy al Congreso para explicarse un insólito 1 de agosto y no dijo nada que no supiéramos todos. Ni siquiera dijo la verdad, porque el día 9 también El Mundo estampó en la cara de España que el Presidente figuraba en los pagos en B cuando era ministro todopoderoso de Aznar y el 16 nos regaló “las pruebas”. Ni las revelaciones de un pacto de política-ficción provocaron la caída de un líder en una situación políticamente imposible. Y así siguió, aferrado como un náufrago al madero flotante de las siglas macroeconómicas mientras sus ministros se reían de todos nosotros –qué hace Montoro dirigiendo Hacienda como un cortijo particular, qué hace Fernández-Díaz re-reformando el Código Penal sin tener el coraje de decirlo, qué hace Gallardón en este milenio y no en 1814–.
Ha llegado el 2014 y Mariano Rajoy sigue siendo el Presidente de un Gobierno que va políticamente a la deriva, por décimo año consecutivo. Con los matices necesarios, que son muchos, España lleva una década contemplando a sus sucesivos ejecutivos dar bandazos incomprensibles y palos de ciego allá donde va. Mientras la etapa ZP estuvo marcada por la incompetencia del Presidente para gobernar, éste tercer mandato –como lo definió, cruelmente, Pedro J.– está jalonado de silencios y omisiones tan graves que son aún peores que las ruedas de prensa en las que Zapatero se dinamitaba el camino a sí mismo (anunciar “el principio del fin de ETA” el día antes de la T4 es la primera que me viene a la cabeza). Diez años llevamos así.
Al otro lado, para variar, el panorama no es esperanzador. No perderé el tiempo en retratar a un PSOE con un líder del siglo pasado (todos los que hay en España lo son, en realidad) y la alternativa a ambos lados es para salir huyendo y no parar. Mejor no entrar en los dramáticos balbuceos del Rey, la imputación de la Infanta o el desafío de Mas en las últimas horas de las vacaciones.
Una vez más, parece, sólo queda el mensaje de que todo va a cambiar para que nada sea diferente. Una y otra vez me he encontrado en estas vacaciones con el mensaje de que “¿y cuál es la alternativa?”. Mi respuesta no puede ser otra: si seguimos esperando por ella, naufragaremos antes de llegar a la arena.
Gracias por seguir ahí un año más.
El problema es sencillo: no podremos avanzar mientras los que tiran del carro sean los que lo frenan, los del siglo pasado.
La solución pasa por esperar a que aparezca el líder necesario (que no es lo más adecuado, porque urge que aparezca, no hay tiempo y las trampas que lo pondrán serán miles), o por forzar esa sustitución. Tú y yo conocimos un buen intento, pero lamentablemente, lo doy por fracasado si no se produce un giro radical en los próximos meses.
¿Qué hacemos entonces?
Me gustaMe gusta