Inauguro hoy una sección de Firmas invitadas, con el objetivo de mejorar este pequeño rincón de la Red con otras voces, disonantes o no, pero en todo caso bienvenidas.
Es un honor presentar hoy a Álvaro Zapata, lector voraz de este blog, estudiante de último curso de grado en Derecho por la Universidad de Córdoba. Ha estado al frente del Servicio Jurídico Asistencial de la Asamblea Provincial de Cruz Roja Española en Córdoba, colaborando también como asesor en diferentes ámbitos, que he tenido que recortar, injustamente, en pro de la brevedad de mis palabras. También ha dirigido el Servicio de Asistencia a Víctimas de Discriminación por Origen Racial o Étnico en la Oficina Territorial del Ministerio de Sanidad en Córdoba
Termino con el infinito agradecimiento a Álvaro por esta aportación y su tenacidad en el seguimiento de esta aventura escrita. -JP
Desde el temor reverencial a tener una ventana abierta aquí desde la cual cualquiera pueda asomarse a lo que me pasa de oreja a oreja -incluso a lo que permanece en dicha cavidad resonante-, no sabía muy bien qué podía decir yo que fuera digno de ser leído por tan respetable público. En esas me hallaba cuando topé con mi manoseada edición de Alicia a través del espejo, y un subrayado me saltó a los ojos. Concretamente en el capítulo VI. Que qué tiene que ver un cuento infantil con la política. Pido paciencia. Todo se andará.
Volviendo a mi libro infantil. El ante citado capítulo desarrolla el encuentro de Alicia con Humpty Dumpty, un personaje típico de la literatura infantil inglesa del siglo XVII -casi desconocido en el imaginario infantil español-, conocido protagonista de una adivinanza que la misma Alicia recita al inicio de ése capítulo. Quizás el momento más reconocido del capítulo, incluso para aquellos que no han leído nunca este libro, es cuando el ovoide Humpty atribuye la determinación del significado de las palabras al poder establecido. Literalmente nos dice:
—Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso– quiere decir lo que yo quiero que diga…, ni más ni menos.
—La cuestión –insistió Alicia– es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
—La cuestión –zanjó Humpty Dumpty– es saber quién es el que manda…, eso es todo.
El poder de la palabra. No de la oratoria, no del discurso. Si no de la palabra en particular, de los lexemas. En este diálogo que refiero, la inocente Alicia cree que las palabras son, sencillamente, simples convenciones de símbolos y sonidos que nos permiten nombrar una realidad. Y que esa convención debe ser fijada para su comprensión universal por una sociedad. Esas convenciones son, además, algo dinámico, no están fosilizadas en diccionarios o tomos antiquísimos. De hecho, a diario creamos nuevas palabras, sin consultar a ninguna autoridad, ni falta que hace, para nombrar realidades que surgen a nuestro alrededor. Pero más allá de la mera cuestión lingüística –no es este un blog de lingüistas– encontramos algo mucho más interesante que pone de relieve Humpty Dumpty: el poder de determinar realidades con convenciones, algo que la inocente Alicia no termina de comprender.
La defenestración e inmediato olvido del presidente Zapatero y su doctrina del buenismo como arma y actividad política, han hecho que olvidemos a un mismo tiempo sin reflexionar en demasía sobre ella, la teoría del “pensamiento Alicia”, que precisamente se basa y toma su nombre en el fragmento transcripto. Esta original tesis desarrollada por Gustavo Bueno, –como arma opositora al Gobierno socialista, sí, pero con implicaciones bastante más profundas– denostaba el exagerado uso de eufemismos, circunloquios y frases circuncidantes del Gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero en sus actuaciones, en las que era frecuente que se eligieran arbitrariamente palabras para renombrar realidades prexistentes. ¿Quién habla ya de violencia doméstica, y no de violencia de género?
Bueno afirmaba que lo característico del «Pensamiento Alicia» es precisamente la borrosidad de las referencias internas del mundo que describe y la ausencia de distancia entre ese mundo irreal y el nuestro. La sociedad actual ha perdido las referencias y las connotaciones internas de los términos más “incómodos” de nuestro lenguaje, llegando a usar eufemismos de los eufemismos, utilizando frases circuncidantes que no llevan a ningún significado claro. Esta tendencia es clara y evidente en el mundo legislativo, político, los títulos de las leyes, de los órganos administrativos, de los programas de la Administración, se pierden en frases y circunloquios que difuminan el contenido de la ley y solo son accesibles para un selecto grupo de iniciados en ese tortuoso idioma del eufemismo políticamente correcto. El aborto se nos ha convertido en interrupción voluntaria del embarazo, la crisis en recesión, los parados en desempleados, la caída libre de la economía en crecimiento negativo –que ya me dirá el respetable como puede algo crecer en negativo, sin caer en la contradicción en los términos- y muchos ejemplos más que a diario escuchamos sin comprender su auténtico significado, perdiendo así una conexión con la auténtica realidad, el contexto. Todos usamos con soltura términos jurídicos o económicos y de simple uso coloquial, sin conocer, en realidad, el profundo significado e implicaciones, los matices del término que elegimos emplear, frente a otros, quizás más rudos, pero quizás más ajustados a la estricta realidad.
El error de Bueno fue creer que éste es un problema nuevo o inventado por el Gobierno del Presidente Zapatero, cuando desde la entrada de la democracia, e incluso en el más pertinaz franquismo, se han sucedido el cambio, el sutil birlibirloque de las palabras que pudieran provocar tensiones por otras más eufemísticas, tal es el caso de la propia denominación del idioma español, que con el afán de no molestar a los nacionalismos periféricos ha venido en denominarse castellano. Término históricamente incorrecto, y lingüísticamente erróneo.
El auténtico problema viene en la ósmosis producida en la simbiosis concepto-palabra donde diluir la palabra, ha conllevado diluir los conceptos básicos. Hablar de justicia en referencia a los tribunales ha conseguido que, incluso los propios tribunales, creamos que lo justo es lo que ellos realizan, sin contrastar con el valor moral de Justicia. Y conocida éste fenómeno osmótico, está siendo usado intencionadamente por nuestro próceres.
Y es que la política ya no es actuar, realizar acciones, si no hablar, prometer, decir, discutir, razonar, escribir… Usar el idioma de todas las formas posibles. Ya no es ética, si no estética.