Llegar a septiembre era lo único que necesitaba Moncloa para salir del trance. Y es que agosto todo lo cura.
El verano es el mejor momento del año para que se produzcan las crisis más graves y acontezcan los problemas más oscuros. Concretamente este curso, a las cúpulas políticas españolas les ha venido de perlas el drama en Siria para dedicar horas de telediario al genocidio de Bashar al-Asad, que el multipolar occidente es incapaz de parar, y evitar hablar de lo que pasa en España. Que nadie se engañe: es así de crudo. No digo que sean insensibles a la matanza de civiles, sino que ésta les ha sido, en estrictos términos de estrategia de comunicación política, muy útil.
Por si fuera poco, además, el ministro García-Margallo se ocupó diligentemente de levantar el polvo gibraltareño que ya usaran antaño Zapatero o Aznar con unas declaraciones prepotentes por aquí y unas demostraciones de bravuconería por allá, éstas últimas con la complicidad de su colega de Interior, Fernández Díaz. Lo que en román paladino se llama cortina de humo.
Y la humareda ha sido tan intensa que ha llegado el lúgubre septiembre y el Presidente Rajoy ha decidido que el caso Bárcenas ya no es noticia. No sólo no es noticia: ya no es ni siquiera digno de la mención del Congreso de los Diputados, que, al parecer del jefe del Gobierno, debe dedicarse a hablar de lo bien que nos está yendo con la prima de riesgo en 230 puntos, 400 menos que hace un año y un mes, y el Ibex 35 regresando a los 9.000 enteros. Espera el Presidente que la magnificencia de esas cifras compense lo poco espectacular, por decirlo delicadamente, de los 31 parados menos en agosto. A ese ritmo vertiginoso de contratación, tan pronto como Fátima Báñez encuentre una calculadora nos anunciará pletórica que conoce ya la fecha exacta en la que alcanzaremos el pleno empleo prometido por el PSOE: enero del año 18.142. Después de Cristo, digo, salvo que se produzca antes Su gloriosa venida; algo que incluso parece probable a los ojos de cada vez más gente teniendo en cuenta que de San Pedro del Vaticano ha llegado la estrella rutilante del Papa Francisco, el liderazgo más fuerte y carismático que ha visto este siglo con el permiso del decaído Obama.
Retomando la cuestión, o me echarán de la Tribuna como le encanta hacer a Celia Villalobos con Alfred Bosch: Rajoy ya ha salido indemne (eso debe de creer él) del turbio asunto del tesorero infiel, como ha tenido la gracia de llamarlo Rubalcaba, y ha decidido que no le va a perjudicar más. A nadie debería extrañar, en realidad. «Yo no he llegado hasta aquí para que ahora el gominas me desmonte el chiringuito», pensará en su despacho de Moncloa aferrado puerilmente a la esperanza de la nulidad que el juez Ruz ya ha alejado del caso. No es difícil imaginar al Presidente agarrando su cartera negra con el escudo y el cargo grabados en dorado y buscando traidores por doquier con ojos esquizofrénicos, como si quisiera robarle el papel a Smeagol en la próxima secuela de Tolkien. No debemos olvidar, para las bromas y para las seriedades, que Mariano Rajoy acumula en esta Legislatura más poder que ninguno de sus predecesores. Posee una mayoría absoluta que sirve para casi todo en el Congreso; pero es que en el Senado goza en solitario de los 3/5 de la Cámara, pudiendo nombrar en ella Vocales del Consejo General del Poder Judicial, Magistrados del Tribunal Constitucional y aprobar el trámite de la reforma constitucional (por poner ejemplos llamativos) sin siquiera llamar a la puerta de un despacho ajeno. A eso se suma una Administración General del Estado que ha copado de acólitos en tiempo récord y una pléyade de Comunidades Autónomas que son, en esencia, todas menos Cataluña, el País Vasco, Asturias, Canarias y Andalucía, donde si se rompe el pacto PSOE-IU, el PP tiene la mayoría.
De modo que es lógico que el miércoles Rajoy decidiera que el caso Bárcenas, y España en general, ya no van con él. Fue Sáenz de Santamaría, muy a su pesar, la que tuvo que dar la cara por su Presidente y replicar a Rodríguez con el ‘y tú más’ del que el PSOE no quiere aprender. Acorralados ambos partidos por sus propias mentiras, las alternativas se van cayendo como fichas de dominó: IU vuelve a las andadas de Gordillo, pensando que la Unión Soviética sólo hizo como que caía en el ’91, mientras UPyD hace el ridículo presentando una Proposición de Ley desfasada que el Diputado popular De la Serna despachó esta semana con facilidad en un duelo en el que Gorriarán no tuvo su mejor día.
Y Rajoy se atrinchera en La Moncloa, como es de esperar, en un agradable sopor nada raro en él que le permite, ahora que ya ha terminado la Vuelta, entonar la conocida canción, sin remordimiento alguno por el país al que presuntamente ama, pero que ciertamente está dejando caer: Wake me up when September ends.
Gracias por seguir ahí.