…, Catilina, patientia nostra? Quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? Quem ad finem sese effrenata iactabit audacia?
El conspirador Lucio Sergio Catilina jamás imaginó, al escuchar retumbar en la Curia romana estas palabras de los labios de Cicerón, que se convertirían en el mayor juicio político de la Historia y serían repetidas a lo largo de los veinte siglos posteriores por todas las generaciones. Cruel castigo el de no pasar a la posteridad por sus actos, sino por lo que su mayor enemigo dijo de él.
Dieciséis fueron las veces, todas seguidas, que el Presidente del Gobierno nombró a su particular bestia negra en el Hemiciclo del falso Congreso después de muchos meses de silencio. Recordaba a aquellas sonrojantes comparecencias de su predecesor en las que los españoles aprendimos tantos sinónimos de ‘crisis’ como días tiene el calendario. Y cuando Zapatero pronunció la palabra mágica –siempre tras las elecciones generales–, aunque lo hizo una sola vez y casi sonando casual, se montó bien gorda.
En esta ocasión sólo ha sorprendido a los ultraescépticos. Los que esperaban que Rajoy fuera capaz de ir al Congreso a hablar de Bárcenas sin decir Bárcenas, o quizás sin aludirlo siquiera; era un ultraescepticismo legítimo, todo hay que reconocerlo.
Pero el jefe del Ejecutivo llegó –tarde y a rastras– y habló. Con más contundencia de la que esperábamos muchos, aparcando su flema de los últimos años y resucitando de las cenizas los restos de lo que un día fue un gran orador parlamentario. El jueves hubo sangre en las venas de Rajoy y calor en la bancada popular, que aplaudió hasta los errores de su Presidente en un desesperado intento de decir a quien quiera oírles que aún quieren creer en su líder. Aunque les cueste.
Tengo buena memoria parlamentaria, en general; fruto de muchas horas de sesiones vistas y casi estudiadas. No me atrevo a afirmar con rotundidad que Zapatero no lo hiciera muy al final de su mandato; pero si no fuera así, hay que remontarse muchos, muchos, muchos años para ver a otro Presidente diciendo ante la Cámara “cometí un error”. Quizás no lo encontremos siquiera entre Aznar, González y Calvo-Sotelo. Pero vino a ser el tibio, el inamovible, el ‘gallego’, quien tuvo el cuajo de subir a proclamarlo en su primer turno de intervención. No lo hace cualquiera.
No cobró sobresueldos ilegales, no le consta que su partido se financie ilegalmente –queda una puerta abierta a que lo esté pero él se refugie en la ignorancia–, no existió una contabilidad B y los papeles de Bárcenas son mentiras con gotitas de verdad para aparentar verosimilitud. Es una versión difícil de asumir, pero tan posible que es la que el Derecho nos obliga a adoptar mientras no se demuestre lo contrario. Tiene razón el Presidente cuando dice que fiar las acusaciones políticas a lo que dice un encarcelado es bastante peligroso.
El problema es que Mariano Rajoy nos pone en la disyuntiva de creer a un delincuente o a un mentiroso. Porque la clave es… si Rajoy dejó de creer en Bárcenas cuando se descubrieron las cuentas en Suiza y rompió amarras con él, ¿por qué ese fatídico SMS de “sé fuerte, mañana te llamaré”?
Veinte flechazos le ensartó ayer al escaño de Rajoy Rosa Díez en forma de preguntas cuyas respuestas determinan sin paliativos el futuro de la Nación. Y el Presidente, que llevaba preparadas de Moncloa las réplicas a todos los grupos, no se dignó ni a mencionarlas en un descomunal ejercicio de soberbia que en estos momentos no debería permitirse. Al igual, opino, que la altanería de recordarle al marchito Rubalcaba que la moción de censura no le obligaba a comparecer; “ni siquiera a acudir al Congreso”. ¿Alguien se imagina a Rajoy escondido en su despacho o en su escaño mientras se debate su futuro, por muy claro que sea el resultado?
Cuando en 2010 preguntaron a Rajoy que por qué no había amenazado al Presidente Zapatero con una moción de censura, él respondió algo como que “con las mociones de censura no se juega; las presenta uno o no las presenta. Y una vez presentada es cuando se dice ‘Mire, aquí está’.”. Fue congruente consigo mismo pese a que su discurso tenía más palabras de Rubalcaba que propias. Yo opino que la moción de censura es un paso que no tiene retorno; pero también que no puede ser que una mayoría absoluta pueda bloquear la función de control al Gobierno que debe ejercer la Cámara, por mandato constitucional.
El debate de ayer fue, en fin, bronco como pocos. En nueve años nunca el jefe del Gobierno se quedó solo ante toda la Oposición clamando por su dimisión y eso debe hacernos reflexionar sobre la gravedad de la situación. Rajoy carece de crédito por los mensajes a Bárcenas que el propio Presidente ha dado por buenos, porque cualquiera puede comunicarse con quien quiera salvo que seas jefe de un Gobierno y el otro un delincuente semiconfeso.
El problema reside en que la Oposición carece, a su vez, de legitimidad para exigir su dimisión. Es eso lo que contamina todo el círculo. Rubalcaba no puede pretender erigirse en la personificación de la integridad con Griñán en huida mientras la juez Alaya estrecha el cerco; Cayo Lara no puede pedir limpieza cuando sostiene un Gobierno corrupto. Acaso Esperanza –siempre Esperanza– sea la única autorizada, mediante el aval de una guadaña bien curtida en cuellos, a alzar la voz en este lodazal.
Mientras tanto, nosotros esperamos a que se pongan de acuerdo en el orden de caída, porque otra cosa no será bien merecida. Todos ellos han conseguido que mientras Errekondo (Bildu) clamaba contra la corrupción del Estado “de la cabeza a los pies” la mitad de España asintiera compungida a sus palabras. La furibunda réplica de Alonso, que terminará convirtiéndose en un Guerra –tocayos– sin despacho en Moncloa y sin hermano incómodo, razonable en el fondo y perdido por las formas, rebela que el PP no aguantará lo que le echen y que la presión del Grupo Parlamentario empieza a ser grande. La dimisión de Rajoy no es una hipótesis descabellada y quien fuera primera espada de ese mismo Grupo es la primera en la línea sucesoria, de celebrarse una investidura sin pasar por las urnas primero. Gallardón tendrá que esperar, a Feijoo le reclama la tierra y queda saber si Aguirre se agazapó para saltar o para descansar al fin. Sáenz de Santamaría, mientras tanto, todopoderosa en Moncloa pero sin control sobre el partido manejado por De Cospedal, se aferra a su referente sin perder de vista que ella será la elegida, si queda tiempo para elegir y algo sobre lo que gobernar.
La pregunta, claro, es Quousque tandem abutere, Mariano, patientia nostra?
Fin de la cita.
Gracias por seguir ahí.
Se agradece volver a leer un artículo íntegro de tu puño y mano :). Es descorazonador semejante círculo cerrado de falta de legitimidad y confianza… lo que está claro es que una situación así, que parece ya un problema estructural, no es solo un agravio para un partido u otro, es una agravio para la democracia y un riesgo que no cabe en ninguna cabeza tener que asumir…
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