Imaginemos un tiempo en el que Cataluña acude a las urnas para elegir su destino en referéndum.
Imaginemos que lo hace en términos normales (pongamos un 68-70% de participación), y en ejercicio de una soberanía que en ese tiempo sí posee. Imaginemos que lo hace de acuerdo con la legalidad y en un clima, aunque tenso por la trascendencia del momento, de tolerancia y paz.
Imaginemos, como paradigma de nuestra creatividad, que en tal referéndum, de 2.900.000 votos emitidos, 2.700.000 son favorables a la pregunta planteada y apenas 200.000 la rechazan. Llegados a este punto, no nos debe resultar difícil recrear, conocido el resultado, la algarabía general que inundará las calles y plazas catalanas -y, quizás, también las españolas-.
Volvamos al presente. Son realmente muy escasas las disposiciones legales que se pueden considerar literariamente «bellas». Si exceptuamos preámbulos o exposiciones de motivos (y sería un hecho muy peculiar encontrar tal belleza en una exposición de motivos, pero nunca se sabe cómo puede coger la inspiración a un legislador) u otros textos adjuntos a la norma, es francamente difícil encontrar un precepto o artículo del que destaque su fondo, su forma y su expresión.
Yo lo tengo, y desde hace tiempo. Dice así, y pretendo escribirlo de memoria sin acudir a ninguno de los cuatro ejemplares que tengo ahora mismo al alcance de la mano:
La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles […].
Artículo 2 de la Constitución Española.
Una Constitución que «la Nación española, en uso de su soberanía», se da a sí misma. Y se fundamenta en que esta Nación es única e indisoluble. ¡Cómo podría ser de otra manera! El texto es excelente y su significado, inabarcable.
En mi conciencia tengo claro que sólo dos textos son y serán objeto de mi devoción más profunda: el Diccionario de la Real Academia Española y la Constitución de 1978. Lógicamente, ni el DRAE ni la CE gozan de infalibilidad. Ambos se enmiendan y corrigen, se interpretan y se complementan con Gramáticas y Ortografías, con Leyes Orgánicas o Reales Decretos.
No caeré en la tentación de divagar sobre la obra de quienes limpian, fijan y dan esplendor y me centraré en la labor de los constituyentes. Nuestra Constitución estará obsoleta en ciertos aspectos, será cobarde en determinadas cuestiones, será poco explícita en cuanto a algunas cosas, será pretendidamente ambigua para casi todo. Pero su esencia es sagrada como el sanctasanctórum del Templo de Jerusalén.
Yo mismo he abogado en líneas como éstas por una reforma constitucional agravada y muy profunda en términos políticos. Pero no podemos renunciar a los principios que la estructuran y que son la base de este país tan complicado que es España. Tenemos muchos defectos pero también virtudes. Hemos hecho grandes cosas que perduran en la Historia, pero el doctor House ya dijo que «los éxitos lo son hasta que alguien falla; los fracasos son eternos».
Esta crisis (ya sabéis, no sólo la económica) no es la primera, pero tampoco podemos dejar que sea la última. Hagamos bandera de esa indisoluble unidad y sigamos caminando todos juntos.
El 6 de diciembre de 1978 esa votación que antes os pedía imaginar fue una realidad. Ese 6 de diciembre Cataluña refrendó en las urnas un texto que decía que el pueblo español, y ellos como nacionalidad integradora de ese pueblo, se constituía en un Estado social y democrático de Derecho llamado España.
No hay que acudir a la imaginación para comprobar que Cataluña ya decidió, lo hizo sin reparos y con una claridad meridiana: «somos España», dijeron más de dos millones y medio de catalanes. Que nadie lo olvide.
Gracias por seguir ahí, y feliz Día de la Fiesta Nacional de España.