¿Quién escribirá ahora nuestra Historia?

No esperaba, ni mucho menos, ponerme a escribir a las tantas de la mañana en un hotel de Mallorca en plena semana de vacaciones. 

Ayer el secretario general ‘eterno’ del extinto PCE, Santiago Carrillo, fue hospitalizado por un fallo de riego sanguíneo. Nada grave, por suerte, en un hombre de 97 años; de los cuales calculo que 75 los ha pasado fumando como un carretero. 

Estas últimas semanas he estado leyendo «Anatomía de un instante», de Javier Cercas. Se trata de un ensayo que disecciona con bastante precisión los antecedentes, los protagonistas, los engranajes, los contragolpes y los movimientos que rodearon el golpe de Estado (por cierto: con mayúscula, señor Cercas; como Gobierno, Hemiciclo o Presidente, si me pongo; que son 400 páginas de erratas) con un rigor francamente agradecido en este tipo de libros. En él deja muy patente la relación tan estrecha que compartieron desde el verano de 1977 el entonces Presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, y el entonces omnipotente líder de la Oposición al régimen de Franco, a la monarquía y, en general, a lo que en aquel momento era el sistema político español: Santiago Carrillo. Y deja también clara, a mi juicio con muy buen criterio, la similitud de las respectivas caídas de estos dos hombres.

Suárez y Carrillo

Por un lado, la caída de Suárez, prematura y propiciada por las traiciones no sólo de los suyos sino de toda España. Una España que desde mediados de 1980 conspiraba para eliminar, o mejor dicho para apartar del poder, a ese «político de provincias» que conocía, por haberlos fregado, todos y cada uno de los entresijos del Movimiento Nacional (a la postre, del Estado franquista que el Rey le encomendó desmontar) que llegó a dirigir pero que una vez levantada la fachada de la democracia resultaba ya poco útil.

Frente a ella, la caída de un Carrillo que en poco, en muy poco tiempo, dilapidó su impresionante aureola de aparente vencedor del franquismo. Una imagen de sabio de Tolkien que termina por ver a su enemigo desintegrarse mientras se atusa las barbas canosas de la experiencia. Su presencia en España en los meses anteriores a la peligrosísima pero imprescindible legalización del PCE levantó un revuelo internacionalmente comentado. Santiago Carrillo fue coronado por el NYT como el primer dirigente comunista en pisar suelo estadounidense tras la segunda guerra mundial. Líder de un nuevo comunismo «europeo», Carrillo decidió de forma unilateral que el PCE renunciaba del marxismo porque, al fin y al cabo, él era el PCE; pero también porque sabía que era una renuncia necesaria. No sabía, aunque no tardaría en descubrirlo, que sería el fin obligado, también, del PCE.

Y aquí entra en contacto con Suárez: él juró defender los principios generales del Movimiento Nacional quizás sabiendo ya, durante ese juramento, que estaba llamado no sólo a incumplirlos sino a desmontarlos uno a uno hasta convertirlos en cenizas. Y lo hizo. Y paralelamente, Carrillo hizo lo propio con un PCE que había sido la fuerza hegemónica de la oposición al régimen. Ambos eran (una nueva similitud) en cierto modo traidores, tal y como muchos les dijeron en aquel momento. En definitiva, los dos rompieron las promesas en las que basaron su vida con su extraña alianza, una alianza implícita, sin palabras y con  gestos sobreentendidos. El Movimiento y el PCE desaparecieron sin remisión porque sus líderes lucharon hasta la extenuación por construir, juntos, otra cosa llamada democracia.

La realidad, bien planteada por Cercas, es que Suárez y Carrillo no supieron gestionar su creación. Ambos habían crecido de una forma absolutamente distinta a lo que España les pidió y ellos le dieron sin reparos. Suárez en un la dictadura jerárquica, Carrillo en la clandestinidad aún más jerárquica, y los dos en medio de un autoritarismo radical. Cuando los dos llegaron a sus respectivos poderes, amos eran líderes indiscutibles y omnipotentes; y cuando los dos debieron adaptarse a las reglas del nuevo juego, cayeron sin remisión.

Suárez y Carrillo no se escondieron cuando Tejero y sus guardias civiles acribillaron el techo del Hemiciclo del Congreso porque ambos fueron de los pocos en España que ese fatídico 23de febrero decidieron jugarse el todo por el todo y apostar por lo que habían construido. Lo hicieron, y esto es quizás lo más dramático de aquella noche, ante el silencio ¿cómplice? de un país expectante y paralizado, indeterminado y dubitativo, representado a la perfección por los 347 Diputados en el suelo. Su gesto les delató: no habían llegado hasta allí para dejar caer a España de nuevo. No estaban dispuestos a ver desde debajo de sus escaños el espectáculo dantesco de un Parlamento democrático entregando el poder de la soberanía nacional a los militares bajo la coacción armada. Los dos sabían que estaban en plena caída y que, al fin y al cabo, ya nada les iba a librar de ella; mucho menos la temeridad de permanecer en sus asientos. Y sin embargo, lo hicieron.

Suárez y Carrillo eran políticos puros, no sabían hacer absolutamente nada más. Su vida fue y sigue siendo la política, pero una política muy diferente a la que conocemos hoy, una política de decisiones, de apuestas, de riesgs y de pasión. Suárez y Carrillo eran por tanto políticos; pero por encima de eso, eran LÍDERES.

Con el accidente de hoy he pensado que si Carrillo nos deja, y Suárez (con ese drama que es el Alzheimer) le sigue pronto, España habrá dicho adiós a los únicos líderes reales, a los únicos estadistas que ha alumbrado en los últimos cien años. Esta Nación acomplejada de su pasado y temerosa de su futuro se regocijará en su triunfo de la ‘reforma sin ruptura’, del ‘que nada cambie para que todo sea diferente’, de eso que llamamos Transición los nostálgicos de un tiempo en que el país era dirigido por líderes. Ellos, los líderes, dictaron una vez nuestro destino, que es ahora nuestra Historia; y sólo los líderes pasan a formar parte de su propia obra.

Y la pregunta es: ¿quién escribirá ahora nuestra Historia?

El agradecimiento de hoy es para Lucía; sin su maravillosa maquinita con una manzana mordida, esta entrada no hubiera sido posible. A todos vosotros, gracias por seguir ahí.

Un comentario en “¿Quién escribirá ahora nuestra Historia?

  1. Tienes el camino expedito para ser tú, o al menos alguno de tu generación. De lo mejor que te he leído. Será Mallorca o la influencia de Cercas? Enhorabuena

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