Estimados señores:
Después del bombardeo de titulares a través de los medios de comunicación que España ha sufrido en las últimas horas, no puedo evitar la tentación de escribirles de forma pública.
Verán, cuando leo o escucho las palabras “terrorismo”, “atentado” o “ETA” suele venirme a la cabeza un recuerdo muy concreto: un soleado viernes del verano de 1997. Yo tenía cuatro años y vivía en un céntrico piso de Madrid. Aquella tarde, mis padres escribieron un mensaje, que ya no guardo en la memoria, en una gran pancarta de papel de estraza que colgaron de las privilegiadas ventanas del salón. Esto es lo que yo recuerdo; no me lo han contado, sino que lo tengo grabado porque lo viví.
Catorce años después, sé que ese día fue el 11 de julio de 1997, y sé que el mensaje exigía en términos muy claros la liberación del concejal Miguel Ángel Blanco, secuestrado por ETA unas horas antes. Y sé también, como no puede ser de otra manera, que 24 horas después de colgar nuestra pancarta, y de que millones de españoles salieran a la calle con el mismo mensaje, Blanco apareció en un bosque con dos tiros en la cabeza.
Yo estoy en contra de la violencia, claro. Pero también lo estoy de la manipulación, del engaño, del encubrimiento y del olvido. Ustedes –con la obvia excepción de la violencia– rebasaron ayer todas esas líneas en otro vergonzoso espectáculo, uno más, de los que pasarán a la memoria colectiva de quienes vemos cómo España baila al ritmo de quienes incumplen la ley, que por definición son delincuentes.
Todo esto viene, señores conferenciantes, a santo de que hoy, leyendo el manifiesto que ustedes redactaron ayer en San Sebastián, me he encontrado con la expresión “conflicto”. La Real Academia de la Lengua –a la que a estas alturas no le queda ya mucho que limpiar, fijar y dar esplendor– define “conflicto” como “materia de discusión”. Y me parece indignante que ustedes hablen de “conflicto” cuando el escenario es el siguiente: una organización ha matado a 864 personas.
Miren, señores conferenciantes, entre ustedes se encuentran figuras que merecen mi más absoluto respeto. Pero yo, como ciudadano que ha sufrido, como todos los españoles, la lacra del terrorismo, no puedo tolerar que ustedes encubran con un lenguaje eufemístico y engañoso un hecho evidente: que ETA es una organización de terroristas, criminales y asesinos.
Maldita sea, ¿cómo se permiten ustedes decir que el terrorismo de ETA es un “conflicto”? ¿Cómo se atreven a decir que dos Gobiernos legítimos y democráticos tienen que “negociar” con una organización que ha segado 864 vidas de personas inocentes que, en muchos casos, sólo estaban en el peor lugar y en el peor instante? ¿Cómo pueden siquiera insinuar que hay cuestiones políticas que tratar con ellos?
En un Estado de Derecho los demócratas discutimos con las palabras, no ponemos pistolas en la nuca de concejales [Miguel Ángel Blanco, Isaías Carrasco…] para lograr nuestros fines. En un Estado de Derecho, quien entra en un bar con una pistola y mata por la espalda a tiros a un hombre [Gregorio Ordóñez] debe cumplir una pena de cárcel. En un Estado de Derecho, quienes ponen bombas y matan niños [Begoña Urroz, 22 meses] quedan excluidos del juego político y deben ser perseguidos.
Quizá alguien se lleve las manos a la cabeza cuando lee los términos de “persecución” o “exclusión”, pero no estoy diciendo nada que no sea cierto. ¿No exigimos, todos, que los sacerdotes paguen por sus abusos cuando los cometen? Claro que sí. Pues de la misma forma debe exigirse que una persona que ha asesinado a otras 25 cumpla las 25 penas de asesinato que le corresponden. De la misma forma que yo, ciudadano, pagaré la multa si la Guardia Civil me encuentra en una carretera nacional circulando a 320 km/h. Porque todos somos iguales ante la ley, y una motivación política no es atenuante de los delitos que en su nombre se cometen.
Lo que quiero decirles, señores conferenciantes, es que ustedes no pueden pretender que España como país, como nación y como pueblo se siente a negociar con una formación que lleva más de 40 años provocando miedo y matando. Lo que quiero decirles, a ustedes y a todo aquel que quiera escucharme o leerme, es que en este “conflicto” no habrá paz hasta que todos y cada uno de los criminales que han matado, secuestrado, extorsionado o participado en alguna de estas actividades pague por lo que ha hecho. No habrá paz hasta que se evidencie la derrota: la derrota de quienes matan frente a quienes han muerto y la victoria de los demócratas frente a los criminales. Victoria y derrota con todas las letras, señores conferenciantes. Derrota, y no disolución o cese de la violencia.
Derrota.
Jaime Fdez.-Paino.-