Publica en su edición digital La Nueva España (www.lne.es, en la sección «cartas de los lectores», el 19 de febrero de 2010).
Señor Presidente de la Cámara, Señoras y Señores Diputados;
En mi escasa experiencia de la vida, en pleno auge de mis estudios y en mi no poca ignorancia en temas de leyes, de gobierno y de política, me atrevo a dirigirme a ustedes con toda la humildad y el respeto que impone la Cámara que sus Señorías conforman y en la que se rigen los destinos de este gran país que es España. Desde mi ventana gijonesa frente al Cantábrico me dirijo a ustedes con la ilusión de que estas líneas lleguen a ser leídas; con la ilusión de que esta carta no se quede en las arcas del Congreso de los Diputados, esperando por un historiador o un investigador ocioso que la desempolve dentro de unos cuantos lustros.
España, señoras y señores Diputados, está en crisis. Eso ya lo saben ustedes, por supuesto. Pero yo no me refiero a una crisis económica. Esta Cámara ya ha debatido bastante acerca de las dificultades financieras que azotan nuestro país y el resto del mundo –por desgracia, sin resultado aparente alguno–. No hablo de eso. Yo me refiero a una crisis política.
Hace ya tiempo que los españoles han dejado de interesarse por la política. No sé si son del todo conscientes de ello, Señorías, pero el pueblo, que es el que les vota, ha dejado de confiar en ustedes. Señorías, mi sueño desde muy pequeño es ocupar uno de los escaños que conforman este Parlamento. Mi sueño es dar voz al conjunto de una España que vota a sus líderes políticos para que ellos, ante este foro, den cuenta de las exigencias del país y el Gobierno, sea del lado que sea, satisfaga esas exigencias. Dar voz a un pueblo que debe sentir que efectivamente tiene la palabra, y que además esa palabra es escuchada.
Señoras y señores Diputados, ustedes no dan voz a España. Ustedes dan voz a sus respectivos partidos, a sus respectivas ideologías, a sus respectivas formas de ver nuestro país. Pero no es eso lo que España quiere de ustedes. Lo que este país necesita, y cada vez con más urgencia, son líderes: líderes que vuelvan a llevar a la política al lugar de privilegio que le corresponde, líderes que arrimen el hombro cuando las cosas no son fáciles, líderes que de verdad lo sean. Esta Cámara, Señorías, carece de líderes.
Mi escritorio de estudiante de Bachillerato está presidido por una bandera de España. Esa bandera no representa una ideología, no representa ambición de poder, de fama o de gloria; tampoco representa algo mudo e inerte. Mi bandera de España representa un sueño, un ideal, un camino por el que guiar mis esfuerzos para que este país sea un poco mejor. Señorías, España les necesita. Les necesitamos. Necesitamos que sean ustedes los que, todos juntos, nos saquen de esta crisis en la que estamos sumidos. España necesita políticos que dejen de serlo para convertirse en líderes que nos devuelvan la esperanza que hemos perdido.
Señoras y Señores Diputados, aquí fuera hay un país que les necesita. Hay más de 45 millones de españoles que queremos que nuestros políticos sean el ejemplo a seguir, el “non plus ultra”, el referente. La valoración de la clase política de hoy está por los suelos. A estas alturas cabe ya preguntarse: ¿acaso es eso lo que ustedes pretenden? ¿Quieren que España entera no vea nada más que partidos corruptos? ¿Diputados que ni siquiera asisten a los plenos? ¿Presidentes de partidos no hacen otra cosa que lanzarse el barro del contrario a la cara? Si es su objetivo, desde luego lo están consiguiendo. Creo que no es así.
Señorías, les habla un estudiante de 16 años que quiere llegar a ser algún día uno de esos 350 privilegiados que pueden votar por el futuro de España. Les suplico que jamás olviden que ustedes son privilegiados por poder asistir al Congreso a representar a los miles, decenas o cientos de miles de personas que cada cuatro años depositan su confianza en un sobre con su papeleta. Eso es un privilegio.
Devuelvan el favor a España y conviértanse en líderes. Líderes que mi generación pueda recordar y venerar. Aquí hay un pueblo que no se siente escuchado. Y son ustedes quienes tienen la palabra.
Con el mayor de los respetos;
Jaime Fdez.-Paino Sopeña
Muy buena lección, Jaime.
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